Los sabios han enseñado a amar la alegría y evitar la tristeza. Me apresuré a seguirlos, pero he observado en mi solitaria vida que la esperanza y la desilusión son el mismo precipicio. En mi experiencia en los días prestados por el destino, muchas veces me ha avergonzado mi alegría insolente y mi tristeza serena me causó consuelo. Largos son los días de esta vida tan corta, antes de viajar al reino de poniente, de donde nadie vuelve.
He aprendido la doctrina de los estoicos, pero rechazo la resignación como la verdad. He estudiado las enseñanzas de Epicuro el ligero, pero no he sabido encontrar en el placer el olvido del dolor. Antes bien me lo ha procurado, como un saurio que se mordiera la cola. Los ritos de Egipto y Babilonia y los misterios me resultan la superstición más dañosa: aquella que cree que el ritual puede suplantar al espíritu que sopla donde quiere. También he visto que los votos formulados por el bien del prójimo son breves y olvidadizos, mientras que las maldiciones contienen una enojosa tendencia a cumplirse. Por eso, de los castigos que el camino me mostró para herirme los he usado todos. Y, si bien no había alegría en ello, tampoco puedo afirmar haberme entristecido por hacerlo. Siempre he sentido el don de la vida como una broma pesada que alguien ha gastado para divertirse de mí. Y al comprenderlo, gran parte del dolor ha cesado. Porque soy consciente de que el sol es demasiado ardiente, la noche tan fría, los insectos pican y los monstruos acechan. El ojo se cansa de ver, las vanas palabras fatigan el oído, que anhela el silencio, y las piernas desean caer y el corazón nunca cesa de soñar y sueña demasiado para saber ser feliz.
He recorrido un camino entre luces y noches, la bruma que oculta el sol y la mañana esplendorosa. No pesa a mi corazón haber flaqueado y haber detestado tanto el sufrimiento como la ambición. Pues he observado que la comedia humana se nutre de sus exaltaciones y la fortuna después huye del que acaricia ahora, y que el amor humano es flaco y voluble y se pudre con la lluvia y se agosta con el mucho sol, como la flor más caprichosa. Porque la vida parece algunas noches una ceniza caliente que hace toser y la muerte una onda de agua fresca, allá donde el esclavo se ve libre de su amo y la angustia se desvanece.
Y ahora que siento que cualquier fin está cerca y el vino ya no aligera la lengua sino que hace pesado el juicio, llamo a cualquier puerta que pudiera esconder una respuesta o una duda, mientras el mundo agoniza y la justicia se apaga y la fuerza y la codicia parecen ser todo lo que existe. Contemplo el río que corre hacia la mar sobre el lomo del tiempo, y la clepsidra mide un tiempo extraño que ya ha cesado de ser el mío, mientras la herida interior vuelve a sangrar, manando desde una noche oscura que crece dentro y contra un horizonte desconocido que sólo iluminan violentos rayos, para que se cumpla lo escrito, pues sólo conquistará su propio dolor quien alguna vez rozó su gloria.
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