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sábado, 31 de mayo de 2025

Medio y mensaje. 31 de mayo, 2025.

Hace unas semanas estuve leyendo un libro creado hace unas décadas, en el que se argüía que la aparición de la televisión de forma masiva en la vida de la ciudadanía había traído aparejada una inevitable banalización y simpleza de la discusión pública. Acaso es cierto que el medio es el mensaje: Hoy, el nivel es desolador, lleno de clichés denigrantes, lugares comunes y argumentos que sólo pueden triunfar en el ánimo común de un grupo de querer creer lo que sea para conquistar la hegemonía de un discurso. El infotainment y la civilización del espectáculo empobrecen cada idea, la ficción crea discursos convenientes y la actitud del poder cada vez es más autoritaria contra ciudadanos voluntariamente atados a su servidumbre. Realidades complejas tratan de adaptarse a dos frases o un eslogan. El conocimiento se convierte en un argumento de autoridad de un motor de búsqueda, La moral es una opinión que no compromete a nada, La nobleza de espíritu es un obstáculo para el éxito, pero quizá siempre lo fue. Sin embargo, donde había sinuosas razones y tratos de inclinar la justicia con elocuencia y retórica, hoy se vislumbra la sencilla apelación al poder mismo, porque no hay nada más. Inteligencia y bravura, eso es la fuerza. El poder por el poder mismo es simplemente el anuncio de su abuso, la bestialidad coronada.

Es arduo tratar de encontrar un refugio, es inconveniente detestar el gregarismo y... lo más relevante, puede resultar peligroso no adaptarse a los puntos de vista de moda de la hipocresía de cada momento. Porque lo peor no es que la gente adopte un punto de vista agresivo y bronco sobre las opiniones que les han hecho tener. Lo realmente malo es que se han convencido de que están en la luz. La desgracia moral, la intelectual, yacen en todos los ojos. El miedo parece todo lo que existe. En estos decorados grotescos, hay quienes prosperan, también. Cada teatro necesita sus propios personajes. 

Los expertos, por ejemplo. El sistema produce expertos como policía del pensamiento. Suelen ser aquellos que tienen una tribuna o un altavoz, un título oficial certificado por el sistema que oficialmente denigran y realmente apuntalan y una carga importante de impostura. Sirven para inclinar las discusiones en virtud de la propia existencia de su categoría. Nos enseñan a desconfiar de nuestro prójimo y a confiar en el poder y en ellos, que son sus heraldos. Como ofrecen soluciones irreales, muchas veces en respuesta a problemas que no existen, suelen servir solamente para trazar la línea entre lo tolerable y lo inaceptable.

Quienes no han llegado aún a esa categoría (circular: el experto da opiniones de experto porque es considerado un experto) pueden aspirar a hacerse portavoces de un grupo para asignar un punto de vista a toda la comunidad. Es falaz, ataca al pluralismo y es una violencia intelectual, pero funciona muchas veces. Acaso no hemos aprendido que casi todos somos simplemente peones en el juego. Sin agenda, sin ideas, sin demasiada esperanza, solo una rabia inmensa que se eleva sin forma contra el cielo incendiado del atardecer para formar otra imagen dislocada de este mundo confortable y extraño envuelto en su perpetua guerra, lleno de importancias falsas, hipocresía y daño, expertos venales, portavoces estúpidos y peones tratando de coronar en el tablero mientras lo asolan.

Sí, hemos abaratado todas las ideas a cambio de pretender extenderlas sin considerar que merecían un esfuerzo. Y esa deuda contra la realidad, la seguiremos pagando.

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