domingo, 22 de junio de 2025

Conjetura y abismo. 22 de junio, 2025.

Allá en la lejana tierra donde se levantan las montañas que llaman Pradghata o corazón del mundo, más allá de las grandes llanuras, de la tierra que vio caminar a Zoroastro y aquellas estepas que fatigaron guerreros alados con cimitarras y el Alcorán, existió un culto mistérico que acaso logró refutar el tiempo. Sus huellas apenas se vislumbran en páginas raídas de sabios paganos. Ellos han especulado con la figura mítica de un héroe y legislador, tal Licurgo, Solón o Moisés. Se le atribuye la creación del cero, envuelto en la doctrina mística de la ruptura del velo, que ve en la transmigración de las almas una condena circular de la esencia vital, impedida a transformarse.

Sus discípulos horadaron la piedra de sus montes abrumadores. No creían en ritos pero dieron en convertir los espacios cerrados en cenáculos en los que ingerían los productos sagrados de la flor del rododendro, o deli bal, cómo lo llamaron los caravaneros del desierto que hasta allá llegaron, y discutían la realidad oculta detrás del engaño de Maya. 

Fue entonces cuando un oscuro discípulo, del que no rescataremos las letras de su nombre mortal, estableció una audaz conjetura. La eternidad, arguyó, es la ausencia del tiempo. Lo que vemos está preso en la sucesión interminable que pesa como una condena. La liberación del ciclo perverso sólo puede ocurrir en la eternidad, en donde el río del futuro no anega el presente para convertirlo en parte del caudal del recuerdo. El Dios que reina en las montañas, añade la herejía luminosa, no conoce el tiempo pero éste nació de la separación de su esencia entre su voluntad y su creación. La separación de la eternidad creo el tiempo, como la nieve y el hielo separan las cumbres solitarias. Por eso, la sucesión de días y noches nos otorga el don del sueño, que nos permite dejar de ser para participar en la esencia que no existe, pero que es.

Innumerables discusiones y ramales nacieron de aquellas aseveraciones y con ellas en pocas generaciones el final de aquel grupo, al que eruditos han llamado los quebradores, la rama de hielo o los Prajdanes, debido a la figura de su creador que algunos dan en llamar Prajdan, o Praidán, de Shambhala. Las bifurcaciones de sus disquisiciones llegaron a Persia y de allí al Levante, donde los griegos erigieron doctrinas deudoras del Oriente.

Acaso su texto más reconocible es aquel que prefigura un día de la eternidad como el tiempo que pasará cuando la cordillera inabarcable caiga convertida en completa arena tras los picotazos de una avecilla, uno cada diez mil años. Otro, más oscuro, establece que cada sueño es un encuentro en la cara de la creación infinita y que se nos da la bendición de olvidarlo para poder soportar la visión, que no sabemos comparar a nada de lo que existe en lo que vemos. Este texto de sabiduría esotérica postula implícitamente la inmortalidad personal.

Ayer soñé que una mariposa volaba hasta lo más alto de la montaña y allí se hacía un cristal de mil colores sobre el cielo oscuro. Creo comprender que mi sueño significa que en el corazón de la piedra existe una fuerza que creó todo lo que hay y se refugia escondida tras el velo. Si fuera así, acaso la conclusión sea la más simple: sólo aprenderemos a mirar cuando las cosas aparezcan borrosas y plenas de misterio, en la ardua tarea de aprender a dejar de mirarnos, derogar el yo y dejar que sea la voluntad primera la que sepa mirarnos y decida compartir su estupefacción, inserta en el tiempo, ni demediada ni ambigua, uniéndose a mí, a nosotros.

Ignoro si mis razonamientos son espesos u oscuros, o limitados a lo que no sé que no puedo saber. Y sin embargo, en el anhelo de una conciencia universal y una vida sin límites más allá de nuestros nombres y las desdichas de los seres, en el conocimiento total y sin fin, en la contemplación de la belleza primera y la alegría de las metamorfosis y el olvido que deja tras de su un camino dentro de una duda, mi corazón late con esta alegre esperanza.




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