No es más cruel la noche que cae que el sol que nace...
Oh mundo pasajero, oh lienzo decaído.
Ni alienta más el vino que la hiel que gotea
En los racimos de la experiencia ingratos...
Oh batalla sin fin, oh piel de olvido.
Hay un faro de luz invencible contra la tormenta
Y las pesadillas mueren contra un filo sincero
Más no es ya tiempo de héroes; esta epopeya
Es vulgar y no muestra un camino hacia el cielo.
Y yo, estatua de sal en medio del incendio
Que el recuerdo arroja sobre casas malditas
No me atrevo a oponer al Señor de mis miedos
El seno de inocencia de mi quietud más íntima.
Porque creo que todo es tarde aunque no haya llegado
Y envenené de indolencia las flores de mi hora
Braceo ahora impotente en mi palacio helado
Y sus cristales relucientes desgarran mi corona.
Contemplo el día sin besar el alba. Niego sus promesas,
Arrastro horas sin fruto, me pierdo en la nostalgia
En habitaciones en penumbra ignoro la razón y la amnesia:
Miro sus tristes pactos con la vista cansada.
Las nubes pasan mientras yo paso en ellas
La vanidad de días estancados contra el sol inclemente
Y ni la poderosa noche ofrece sus estrellas
Ni la luz del ocaso desvela el canto de su fuente.
Me siento en esta silla y veo las palabras
Pasar dando sabor a esta vida sin rencor ni duelo.
Concedo a mi vértigo el ansia de las alas,
Barro un rayo de luna y recojo mis sueños.