Hemos perdido ayer. Hemos perdido contra Francia. Hemos sembrado de melocotones el Palacio. Hemos dicho adiós a nuestra mejor hornada de jugadores. Hemos sido juguetes en las manos de Orenga. Hemos sido el experimento de jugando-a-ser-Dios Orenga. Hemos sido burlados por Orenga. A las 20.52, hora de Irlanda, del 11 de septiembre de 2014, Orenga no ha dimitido aún. Así que voy a escribirle una epístola moral, tan lejana de su modelo (en negrita los préstamos de ella) como Orenga de John Wooden, pero por amor al arte.
Juan Antonio, las esperanzas de gloria
prisiones son del necio, y del astuto
ocasión de hacer suya la historia.
Y cada paso que nos permite el hado
ocasión de mirar al horizonte enjuto
mas sin perder de vista el suelo acostumbrado.
Más triunfos, más coronas dio al prudente
que supo retirarse, la fortuna,
que al que esperó obstinada y locamente.
Y los elogios que a gritos se regalan,
cuando la ocasión adversa es una
con frio caen, y con crueldad resbalan
Más sabio es quien agrupa las derrotas
y va aprendiendo en la caida a solas
que el prematuro subiendo a la alta roca.
Aquél entre los héroes es contado,
que el premio mereció, no quien le alcanza
por vanas consecuencias del estado.
Y cuando los jugadores tiran melocotones
y siniestra la pesadumbre avanza
la pizarra has de sacar de los rincones.
No te lamentes por la derrota postrera
peores fueron los triunfos engañosos
como la casa que se construyó sobre la arena.
Aprende que el camino no se acaba
en medio de los halagos venenosos
ni aún en la derrota más amarga
Mas es preciso, en el momento último
refrenar el natural impulso y el deseo
de pretender de nuevo el viaje súbito.
Busca, pues el sosiego dulce y caro,
como en la oscura noche del Egeo
busca el piloto el eminente faro,
y en el momento oscuro y triste
sabe encontrar la nueva ruta
que de seguro existe.
Respeta el peso del fracaso,
mas no entregues tus manos al vacío
ni te acomodes manso en su regazo
Haz de las heces de la pérdida un vaso
y a la opinión, que a la gente remite,
busca y procura hacer caso
Mas vale el grito duro e indignado
de quien pagó su entrada
que la miel en la boca del falso aficionado.
No imitemos la tierra siempre dura
a la aguas del cielo y al arado,
ni la vid cuyo fruto no madura.
Ya me despido, con mi melodia en ristre
los partidos pasan, pero el honor perdura,
Conserva el tuyo: dimite.