Aún las luces titilan en el azul eléctrico del anochecer. Las velas gimen y se balancean, tristes. La tripulación entorna los ojos para escrutar la niebla y la espuma asciende un rumor voluptuoso hacia la luna menguante. Las estrellas forman conjuntos caprichosos, y me entretengo tejiendo formas. Cruje el armazón y los pasos se pierden entre la bruma.
No sé cuánto tiempo estuve ocioso. No sé cómo he de hacer para alzar los brazos. Hay un todas las soledades un momento de cúspide en el que la vida abrasa. Si es dolor o felicidad, yo no lo sé. Pero ahora que la brisa trae un aroma familiar y hay ruidos sutiles más allá de la cortina espesa, ahora que parece que los colosos y sus llamas se acercan lentamente para mostrarnos una senda, me parece que no pediría ni daría tregua hasta alcanzarme y forjarme en ese fuego.
Una luz se enciende en el vaho de la noche, como un rayo de algún Dios benigno que nos enlaza para regresar y seguir caminando. Vuelvo a casa.