Otros países sufren la presión de su complejo militar industrial. La nuestra es una partitocracia televisiva construida a través de relatos o gestos con el dinero que el político expolia al pueblo para dar una parte a sus altavoces afines que crean el clima moral necesario para que su propaganda tenga efecto y sigan insistiendo en la necesidad de que el político siga expoliando, por el bien de todos. Marx escribió que las ideas dominantes en una sociedad son las ideas de la clase dominante. No es la entrada para debatirlo, pero sorprende que quienes sean tan claramente los dominadores del discurso vacío que nos asfixia apelen tanto a retóricas del oprimido mientras disfrutan de un poder tan amplio sobre los supuestos opresores. Por supuesto, esta es una opinión personal. Si quieren, pueden ustedes mirar los Presupuestos Generales del Estado, los Boletines Estatal, Autonómicos y Provinciales y ver por ustedes mismos la cantidad que se deriva a sanidad, educación y otros servicios públicos del total. Y todo lo demás, y a qué se destina.
El estatalismo es una religión de sustitución más. Crea la equívoca apariencia de que se trata de un esfuerzo común para mantener servicios comunes. Pero eso no es todo y creo que es muy poco, desgraciadamente. La ficción de que pagamos un nivel de impuestos adecuados para la calidad de los servicios que recibimos a cambio no se sostiene. Por una serie de razones que convergen en el punto de fuga de la necesidad de ostentar el poder por el poder mismo, que conlleva beneficios muy golosos, los recursos se sustraen de la economía productiva para usarlos en el proceso de incremento de un estado adiposo, lento, descoordinado, ineficaz, en el que muchos medran. Necesitamos Estado, necesitamos igualdad de oportunidades, seguridad frente a inclemencias crueles de la vida. No menos necesitamos libertad, coraje, riesgo. El equilibrio nunca es fácil, pero no hay esperanza para una comunidad que cree que el mérito es sospechoso y todo éxito culpable. Aquí hay que perder. No basta con ganar y pedir perdón, salvo que vivas del esfuerzo de otros y estés dispuesto a la hipocresía inmensa de juzgar las elecciones vitales de quienes te sostienen y te pagan el sueldo.
Este juego de incentivos perverso hace proliferar guerreros de la virtud, activistas, moralistas desquiciados en busca de cualquier pequeña disidencia que aplastar para mantener la fila en orden. Hay que abrir debates para conseguir alcanzar un consenso ficticio desde el cual todo debate ha sido ya superado. Hay que asaltar los cielos y prometer una guillotina contra los poderosos (y loh ricoh) para, una vez en el carguito, convertirse en medio de la inacción administrativa contra un pueblo sin casas, con hambre y con decenas de muertos en entusiastas del procedimiento administrativo, el formulario pertinente y la fotocopia compulsada. Con el pan no se juega; se vive muy bien al calor de establo del partidismo (me niego a llamarlo política: aquí nunca se discute de ideas sino de colores).
En este estado del malestar triunfan las consignas, los zascas, los mas broncos. Creo que el cambio climático es innegable (entre otras cosas porque el clima no puede no cambiar) y la influencia del hombre en él es preocupante y deben debatirse medidas para tratar de atenuarlo...sin convertir esto en un sistema en el que quien no tiene medios traga y el que legisla es el rico que promulga las leyes de las que él está exento. En fin, a lo que voy: lo que he venido a leer es que el cambio climático debe conducir a una serie de acciones de decrecimiento (la hipocresía moralista insoportable siempre) que conducirá a un estado de cosas que nos hará mas vulnerables a las consecuencias del cambio climático. En fin, uno pensaría que si se acepta el cambio climático y sus peligros habrá que invertir en prevención del efecto de las catástrofes. Se ve que no. Tira tu coche y vamos a derribar los muros y a ir en bici, así el planeta sabrá que hemos hecho las paces con él. Otros mencionan a los inmigrantes en cada problema que existe. O a los que comen carne, o al porno, yo que sé, vivimos en un delirio general que acoge con gozo cualquiera particular.
Todo esto se sostiene porque hay quien desea que los suyos estén al mando, aunque no le reporte nada, porque hay ideologías y odiologías bastardas y de un nivel de consigna increíblemente estúpidos hasta para tratarse de consignas y una mayoría que acepta, porque no le va tan mal, porque no cree que pueda cambiarse, porque no sabe por dónde empezar. Bueno, es normal, no creo que nadie lo sepa. Lo que si sé es que la combinación de mentira, arrogancia y supresión de la crítica y el debate solo puede llevarnos a donde nos está llevando. A un país más pobre, dividido, enajenado y peligroso. Hasta ahora lo hemos pagado el vulgo y nos han tratado de necios para darnos gusto. Pero llega un momento en el que la ignorancia es culpable. Nos hemos vuelto pobres de dinero, experiencia y espíritu por cambiar una tradición de hacer las cosas que había procurado una relativa prosperidad a cambio de la calderilla de novedades interesadas y teologismos inanes. Necesitamos mas crítica, más libertad, más valentía, más amor, más esperanza.
Puede que nunca lleguen. Aquí dejo mis testimonio radical, inútil e irrelevante, junto con todo el afecto del mundo para esa gente de Valencia despreciada y olvidada por quienes juraron proteger y ayudar.
Es un domingo gris. Pero hay que seguir adelante.