Me gusta su mirada, su evolución y su estoicismo bajo la lluvia del futuro. Querría llevar esa gabardina y esa actitud cínica que no sabe evitar una mirada moral sobre lo que le rodea. No se trata de catequesis; se trata de ser fiel a las propias reglas, las que elegiste cuando saltaste del acantilado para bailar cayendo. Y sobre todo, adoro esos dos minutos dorados de la historia del cine, cuando un replicante más humano que los alienados que le rodean busca la verdad, la vida, el refulgir para arañar los muros inconmovibles del tiempo, que lloran lágrimas que se perderán en la lluvia.
He elegido a Deckard, y ahora en el tablón de mi equipo soy Miguel Deckard, con su gabardina, su barba de 3 días y su pistola. Detrás de esa imagen, espero llegar a ser un día el que aprendió de su semejante a derribar las barreras para llegar a comprender que a nada lleva amar tu vida si no amas también la vida, la de todos.
He imaginado un diálogo como coda a esta entrada:
Esta es la lluvia que vieron los ancestros
de mis enemigos.
El agua que resbala en el ladrillo de las chimeneas.
Ellas estallan hacia el cielo que nos protege
de las invasiones de los ángeles
Pasó mi tiempo. Persigo sombras
y me persiguen las lágrimas ajenas
de acero. Vivo de prestado. El tiempo acecha.
Yo... yo sólo busco la respuesta
a esa pregunta que las gotas torturando la chapa
no dejan escuchar.
Dundalk se revuelve contra la noche como si estuviese perlado de neones y sus chimeneas escupiesen fuego hacia un cielo al que solo miran quienes saben lo breve que será.
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