Quizá incluso mueras sin saber que no les importas. La ola, el temblor, el virus, la circunstancia terrible llegará mientras crees que los monumentos de recuerdo, los homenajes significan algo.
Nunca fue distinto, pero nunca había sido tan transparente; cuerpos sociales hipertrofiados alimentan en la penumbra bajas pasiones y la alegría natural del corazón se endurece entre susurros de miedo. Entonces, cada pugna es vista como supervivencia y todo está permitido. Por eso vivimos sin la calidez de la ternura humana. Por eso traicionamos nuestros deberes con la vida: la compasión y la rebelión.
Los camaleones prosperan contra la caída de la tarde, en oscuridades ambiguas, amargura dejan. Sabe que si sufres una desgracia que incomoda al poder, serás olvidado, manipulado. No hay abuso más injusto que aquel dirigido contra los muertos. Lamentablemente, no te hagas ilusiones, sabe que otros te quitarán la voz para gritar por ti si les hace falta. No pintamos nada.
Todo esto es cierto, yo creo. Pero no queda sino batirse. Sin ira y sin odio, sin saber nada del remordimiento, no le des al miedo la coraza que exige. Entrelaza en tu vida la dulzura de la esperanza y la audacia de la desesperación. Que sea esa tu fuerza y tu aspiración a la felicidad. Y que el mar, tibio como unos labios, y el cielo, hermoso como una promesa, se unan sobre ti con energía y fiereza, para cuando el reino inmóvil llegue a ti des a la tierra de vuelta lo que te presta hoy. Y aunque no importemos, seremos dueños perpetuos de nuestro silencio.
La ciudad se va a dormir, entre designios poderosos para los que somos nada, como tampoco lo somos para el río que corre y suspira, para el río implacable que nos lleva.
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