No sé muy bien porque la atracción de la huída es tan fuerte. Acaso necesitamos un descanso, tras un vivir de inercia y reducida el alma, el espíritu o cualquier consagración a lo hermoso a un circulo de voluptuosidad que se agota mientras nace. Hay un mundo infinito de ocio vacío apuntalando el hastío inacabable. Hay un concepto general de que nuestra impresión prevalece sobre su propio objeto. Nunca se acaba la mentira, parece.
No obstante, tienes que servir a alguien. Tú, yo, todo lo que existe. Puedes tratar de servirte a ti mismo y tus impulsos y así marchitarte bajo la lluvia persistente de lo real. Puedes olvidarte de ti y crecer así. Puedes encontrar los puntos intermedios, que sé yo. En fin, la belleza existe, el mal existe, el azar existe, existen la gloria y la decadencia. Supongo que mucho se reduce a donde vas y a donde miras. Me temo que de alguna forma, nos quieren infelices, o tratan de vendernos la euforia perpetua que viene a ser lo mismo. Pero no se trata de una obligación. El sol y su luz, el sonido del agua, la sombra del bosque, la visión del talento, los amaneceres...hay tantos dones que nos han sido concedidos... No sé si la ropa tendida es uno de ellos o muestra como hemos desaprendido a mirar. De cualquier forma, no es tan importante. Lo que permanece es lo que despierta una llama, no una reacción.
El parque está soleado y una brisa mece los árboles. Gente pasa bajo una cúpula de cielo amable y claro. Los niños saborean helados y juegan. Se oye el rumor de la ciudad afuera, como expulsado de un lugar prohibido y extraño en el que a veces uno se da cuenta de que la belleza no es infrecuente y de que a veces todo día esconde huecos reverentes y gratos
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