Tuve un sueño extraño. Estaba con algunos amigos en una terraza, en una ciudad cálida e imposible. Cerca había un río en el que dentro y a los lados sobresalían estatuas blancas y edificios delirantemente bellos. Sobre el borde que rebosaba la calle lisa estaba yo. Alguna de mis personas secretas que aparecen y se esconden de noche me llamaba; estaba contemplando el río del tiempo.
Porque en su corriente nada nos pertenece pero, acaso, está todo. En el tiempo existe la totalidad, pero nosotros somos incapaces de extraerla, anclados en una percepción limitada. Si no pudiera ser así, quizá vería a los majestuosos ángeles tocando las trompetas. Sería capaz de oír himnos de la creación inconcebible. Mi corazón, que está solo, se alegra con la perspectiva de la fusión con una fuerza creadora, que comprenda y que cese de estar encarcelada en un tiempo implacable y unas servidumbres que anhelan la ruptura de la necesidad en nombre de la plenitud, en fin, la desembocadura en una calma plena de los meandros furiosos de un yo ilusorio y evanescente que sin embargo me domina y agita. Acaso pueda vislumbrar el secreto sólo cuando logre convencerme de que no sabré absolutamente nada acerca de él. Todo será revelado entonces.
Tú, lectora, eres también otro juguete de la percepción que nos encadena a la lucha por la supervivencia determinada por la biología, podría ser así muy bien. En ese caso, tu relato sirve a la ilusión de que existen un pasado y un futuro. El relato es creado por la ilusión de un yo. El yo es creado por la necesidad de mantener un impulso vital en un bosque oscuro de supervivencias indiferentes. El impulso vital es convocado por el misterio animal de la vida y la conciencia. La conciencia es un pozo luminoso de colores que no podemos ver. El cerebro es un órgano biologico que aspira a preservar y expandir tus egoístas genes. La libertad es una confirmación o una cadena, si existe, si es algo más que otra fantasmagoría nacida de la ilusión de nuestra experiencia subjetiva, que no aspira a comprender sino a ser, a ser como sea, llegar a ser...llegar a seguir siendo.
Y me pregunto por qué las estatuas en el río amplio de mi sueño, sin puentes, un río que desbordaba levemente la calle, eran ruinosas o resplandecientes, porque formaban islas o se alzaban a los lados de su curso como guardianes poderosos, y ante todo me pregunto qué hacía contemplando los despojos de mi tiempo cómo si pudiese acogerlos a todos, si sé que no sé hacerlo y porque conjeturo en una noche amable y nublada sobre lo que no conozco, por qué todo parecía estable y fuera del tiempo para siempre, y por qué que anhelo el todo, y por qué anhelo el siempre, cuando sé que todo es una versión artificiosa de la nada y que Siempre es una palabra maldita y persistente que no está permitida en el reino de los hombres.
Las estrellas adornan una noche de abril en un lugar lejano de mí mismo, en una extrañeza perpetua. Me gusta verlas y sentir que todo lo que uno piensa y siente está cubierto bajo su manto maternal y silente y hace que el corazón se ilumine de esperanza y el mañana deja de ser, por un momento, la pesada carga de que todo es igual y la realidad abre una puerta hacia lugares más altos.
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