El hombre de la
calle, ese silencio andante
Que escruta los
diarios y se pierde en las redes,
Con el paso de
los años finge animarse y dice
Que su memoria
azul ya no se desvanece.
Sigue siendo honrado, aunque a veces mezquino;
Aún aspira al Edén aunque los hombros pesen.
Cuando el frío del norte aviva en él el fuego
de la amargura, la sorbe oscura y breve.
En la corriente
de los días hizo un fuerte de barro
A base de
costumbre, anhelo y frustración.
Cada semana acude maquinalmente
al fútbol
Para encender en
otros su dormido fulgor
Ya no quedan
sueños en su mundo visible
Y es su rutina
la cicatriz fiera que lo ata.
Desnudo y
macilento, él contempla sumiso
A su tierra de
sombra y a su cielo de paja.
El hombre corriente que hubiera preferido
vivir en otro tiempo de alegrías más lentas
más sabe que la pregunta nunca tuvo sentido
y la respuesta es el tiempo que fluyendo lo lleva.
El hombre de la
calle se irritó cuando joven
E imagino islas
de estío con corrientes suaves
Implacables los
días apagaron sus luces
Y las nubes,
hasta hoy, rigen su sombra grave.
Ya el hombre de
la calle encendió hogueras
Ha salido del
barrio y ha perdido su pan
Hundido en un
sofá de tardes que se acaban
Viaja alegre al
pasado y ya no llora más.
Quien sabrá ya sus pasiones de entonces
No habrá un licor que encienda el calor de los labios
Porque ahora la vida es lo que ocurre a solas
y el mundo un reino cruel que gobiernan extraños.
Y cuando el sol abúlico lo encuentre agonizante
Dando gritos de
rabia en un banco del parque,
Sabrá el destino
mustio la suerte de ese errante,
De su alma triste
y sorda, del hombre de la calle.