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lunes, 4 de febrero de 2019

La ciudad del viento. 4 de febrero del 19.


Por si queréis hilo musical.

Echo de menos la marca humana. Los transeúntes, el calor de los cafés, la cerveza en las barras. Me abruma la noche que se envuelve en ropajes de nada y silba taimada hacia los muelles bajos. Me atrae el sonido cálido del pub, pero rechazo su molicie. Cuando encuentro demasiada comodidad quiero emular a nuestro señor Don Quijote y huir de toda vida regalada. Y eso también me lleva al calor del hogar, que nutre y sana.

Es esta otra ciudad del viento, de papeles tirados, de coches desgastados en su fútil esfuerzo,de sombras que se tambalean, azotadas por los días. Yo también temo el castigo y la claridad pálida me hace desear encontrar mi propio verano invencible, del que decía Camus que empujaba más fuerte que todas las crueldades del mundo. Deseo volver a casa, deseo crear una casa, deseo no moverme y encontrar mi reino sin pagar un peaje. Sé que nunca fue así, sin embargo. Y los días pasan y el instante no perdona lo que la eternidad fía al olvido que seremos.

Y de repente, uno pasa por un sitio de comida rápida y ve a una familia riendo y unida. Ese instante de comprensión humilde sirve de arrastre del aluvión de los cansancios del día. Y los que se preocupan por sus mascotas y las pasean, y los que ponen su bufanda a sus hijos pequeños o acompañan a otros al médico. Puede que esta sea una ciudad del viento, pero la mayoría compartimos dolor y heridas, y buscamos el mismo calor. Y en ese momento, la plaza desolada que parecía siniestra se viste de una luz suave para ofrecer consuelo.

Dundalk camina lento hacia el futuro de donde nadie volvió.


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