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martes, 4 de junio de 2019

Junio.

Cae la lluvia como suele, limpiando el cielo y enturbiando los ojos. No amusgaremos la mirada hacia el cielo hoy. El horizonte es una gasa gris y los edificios brillan en las aceras. Su sonido golpea dulce las horas que pasan, los pensamientos que vuelan, los planes de vida que resultaron errados, la esperanza y la fuerza de su constancia. Y así es aquí. No me gusta que Junio sea Octubre, pero a veces lo es, y se viste de lentitud y silencio en sus gotas. Hace falta una chimenea o una camilla. De otra forma, quien hoy esta solo, lo estará largo tiempo.

Cae el cielo a jirones, como cayeron las hojas en el pasado, como los párpados se vuelcan en las despedidas. La mirada lenta y la tarde se mece en el arrullo de su propio ritmo. Quizá el libro olvidado en el rincón oscuro, el brillo turbio del pub ofreciendo un amago de olvido, un cuaderno esperando ser rasgado para quien sabe que futuro, esperen hoy también. Hace falta un asombro, una sacudida, un reflejo de la maravilla que se esconde en algún lugar al que un día llegaremos.

Caen las nubes sobre la ciudadela y las defensas se oscurecen mientras los centinelas siguen esperando. Levántate, vístete, avanza. Las raíces amargas de la calma pueden estar preñadas de relámpagos y mañanas gozosas en campos de vino y verano. Hace falta seguir, caer y continuar mordiendo, hacer camino aunque las manos se agrieten.

Cae Dundalk en su llovizna y caigo con ella en la tarde discreta. La mirada se pierde en las montanas cercanas, desde donde la magia comienza a construir el arcoiris. Entre las rocas, otra vida sueña y hacia ella vamos, tratando de hacer semillas de cada día y elevar un altar de luz en cada sombra de los días vanos. Es Junio en el calendario y aún camino hacia su luna.


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