Es la esencia de las cosas: todo lo que se va perdiendo llega de repente, sin darse uno cuenta y dejando una duda en el aire. El hielo quiebra con un chasquido seco. El terror que sigue se mastica en silencio. No conocía la vida, perdido entre naderías que son laberintos en la bruma y que dejan nada. Ahora conozco mejor y aunque no sea agradable, he podido mirarlo de cerca y seguir su estela de pureza invencible.
La cosa es que estas semanas pasan como un otoño azul mientras allá fuera veo que el sol reina, que el tiempo es libre para muchos y yo paso los días encadenado a recuerdos y a una condición inestable: el esperado anuncio no llega y yo no me encuentro muy bien. Ya llegará el momento, me digo, pero de nada sirve nada si no es ahora.
Entre cajas vacías, plásticos que el viento alza, la corriente del río y la mirada de cemento y cristales desde la ventana mojada por la lluvia pasó el año extraño del verano que nunca llegó. Me sorprende el cambio de unas pocas semanas, el alejamiento radical de lo que antes me servía de lenitivo los días comunes. Hoy no lo necesito ni lo busco. Creo que podría volver a un lugar vacío y olvidado, con apenas gente. vivir como un fantasma, deshojando recuerdos y esperanzas difusas y difíciles. Acaso lo haga. Mientras las horas pasan, omnes vulnerant, ultima necat, sigo anhelando el sol, la brisa cálida, la bendición de un mar que me acoja y el esplendor del cuerpo. Si otro verano llega. De momento, escribo estas torpes líneas, miro la mesa triste, la ventana impasible y miró fuera y siento dentro la brisa indiferente y me preparo para la gran tentativa, audaz e inocente, dentro del mundo hechizado y onírico en el que me gustaría refugiarme para poder decir Adiós a todo eso.
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