La economía mundial está condenada. No por una plaga de la cosecha, una guerra letal o una catástrofe cósmica. Por los pecados de sus siervos, queda condenada a no crecer en los próximos tiempos.
Uno apenas ha estudiado un curso de economía política, pero, como el resto ha escuchado entreveradas las claves de los relatos de la felicidad en esta tierra para el homo economicus: la productividad, la inversión, el ahorro, el crecimiento. Con ellas se construyeron las ficciones del cuento de hadas con moraleja severa que nos contaron los dueños de la ficción crediticia (por la que fueron salvados del monstruo de la deuda con el dinero de los irresponsables a los que abroncaban públicamente cada día). Y con ellas se entrelaza el tapiz de los nuevos tiempos, los de la pobreza de experiencia. El ahorro de nuestros padres no sirve para nuestra inversión. La productividad de nuestros abuelos ha sido arrasada en campos bursátiles. Y la moral, el esfuerzo, el consejo se ve desmentido cada día en las portadas, el listo vive del tonto y el tonto de su trabajo, el nuevo cambalache, del nuevo siglo, tan viejo como cualquiera. Los salvadores agitan banderas calculando cuando y donde mostrarlas, ofreciendo un cambio que no existe, porque no es posible salir del cuento, y en cada cuento hay un dolor de pérdida, un cansancio, una duda. El héroe debe solventarlos con sacrificio, y a cambio de una herida por cada victoria. Ignorar la lógica del relato nos presentó triunfadores esbeltos que simplemente habían logrado esquivar el camino recto y estafar al pueblecito humilde que todo cuento que se precie aspira a levantar.
Crecer. No hemos crecido en comprensión de la regla del juego, ni en sabiduría ni compasión. El crecimiento del FMI es una hipertrofia de la voluntad de mercado, que como la voluntad de poder, solo se detiene hasta que una fuerza más poderosa la detiene. Y ese día volverá a llegar, antes o después. Y lo volveremos a lamentar, cegados como estábamos por el resplandor de las cosas que atesorábamos...
Aviados vamos si los ciegos nos guían.
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