Nuestros mayores nos han dejado su voz con nosotros, para que modulemos la nuestra. No solo madres, abuelos. Los maestros del pasado que lograron llegar hacia nosotros viajando por los meandros del azar. Se abren a nosotros en sus páginas para que los desnudemos y rechacemos, adoptemos o ridiculicemos. Son las reglas del juego. Lo han sido siempre.
Sin embargo, en los momentos de crisis, cuando lo nuevo no sabe nacer y lo viejo no se resiste a morir, las ideas escondidas, los subtextos, las visiones del mundo se modifican. Y el marketing impulsa a comparar, o denegar, a los maestros del pasado por las divinidades de la moda. Por ejemplo, Tolkien.
El viejo Tolkien...que tipo. Creador de una mitología ubérrima, de mitos ancestrales y parábolas perspicaces, sus ficciones son cuestionadas por best sellers que necesitan su nombre y su refutación. El bien y el mal no existen, los antihéroes abundan, el cuerpo rige sobre el espíritu. Y no hay inocencia ni esperanza. Nada muy grave en sí. Pero que se relacionan con el nuevo paradigma sobre la naturaleza humana.
Tolkien, como otros autores de su tiempo, y algunos bastante posteriores, hablaban del héroe de su tiempo, no Aquiles, no los caballeros medievales. Pacíficos hobbits en su campiña idílica, sin querer mezclarse con ningún problema exterior y sin embargo, requeridos por las necesidades de su tiempo, se enfrentan a ellas y tratan de superar sus limitaciones a través de la virtud fundamental, el sacrificio y cumplir una misión en beneficio del mundo. Sabiendo que encontraría pérdida y dolor en el camino.
Que nos dice la cultura popular actual acerca del particular? Que somos mindundis incapaces de esos logros. El ideal del habitante (llamarlo ciudadano sería un exceso) es el del freak que se regodea en sus imperfecciones y las muestra sin pudor, a cambio de exigir que el mundo le devuelva ejemplos de mayores defectos, taras y bajezas que le hagan sentir comprendido. Un mundo de soledad a través del agoísmo y no del heroísmo. Una trama de corrupción moral generalizada donde la presencia del mal es a menudo indistinguible. Todo es cuestión del punto de vista. Una visión del ser humano mucho menos molesta para el poder, cómodo con la expansión del ego y la falta de coraje moral del occidental medio, viviendo rodeado de comodidades magníficas y huérfano de ideales.
No es un mundo para viejos. Sufren la soledad, se arrepienten de sus errores, lidian con los cadáveres dejados atrás. No piden nada. A pesar de todo, nos quieren.
No son tiempos de escuchar al viejo Tolkien, la esperanza de que el bien se impondrá, que será difícil, que tenemos algo valioso dentro. Que hay viajes interiores y por el mundo que nos descubrirán lo que somos. Que la alegría también tiene peligros. Que merece la pena ser valiente. Que a pesar de todo, el Mal existe.
Y a pesar de sus revisionistas, siempre es agradable huir del ojo de Saurón, hacer amigos y combatir en esas tierras, con el rumor de su poesía acompañándonos. Y oír verdades hermosas y desoladas,
Dime, Legolas -continuó-, ¿cómo me he incorporado a esta misión? ¡Yo ni siquiera sabía dónde estaba el peligro mayor! Elrond decía la verdad cuando anunciaba que no podíamos prever lo que encontraríamos en el camino. El peligro que yo temía era el tormento en la oscuridad y eso no me retuvo. Pero si hubiese conocido el peligro de la luz y de la alegría, no hubiese venido. Mi peor herida la he recibido en esta separación, aunque cayera hoy mismo en manos del Señor Oscuro. ¡Ay de Gimli hijo de Glóin!
-¡No! -dijo Legolas- ¡Ay de todos nosotros! Y de todos aquellos que recorran el mundo en los días próximos. Pues tal es el orden de las cosas: encontrar y perder, como le parece a aquel que navega siguiendo el curso de las aguas. Pero te considero una criatura feliz, Gimli hijo de Glóin, pues tú mismo has decidido sufrir esa pérdida, ya que hubieras podido elegir de otro modo. Pero no has olvidado a tus compañeros, y como última recompensa el recuerdo de Lothlórien no se te borrará del corazón y será siempre claro y sin mancha y nunca empalidecerá ni se echará a perder.
-Quizá -dijo Gimli- y gracias por tus palabras. Palabras verdaderas sin duda, pero esos consuelos no me reconfortan. Lo que el corazón desea no son recuerdos.