Quizá nosotros no estemos mucho mejor, después de todo, porque no somos conscientes de que lo estamos. Vivimos más y mejor, disfrutamos de más ocio y oportunidades, tenemos más acceso a un conocimiento que antes nunca tuvimos. Bueno, y que. Como el aristócrata malcriado, nada satisface a algunos. Diletantes, se enfurruñan y se enfadan porque, vaya por Dios, la sopa no les gusta.
Pedir la repetición de una serie porque el giro de la trama no gusta es, aparte de una enorme falta de respeto (pero a quien le mueve el respeto) que merece quienes nos han alegrado, por pequeño que sea, un tramo de la vida, un síntoma de una intolerancia a la realidad y su brutal indiferencia que puede acarrear en el futuro la vuelta de la enfermedad infantil más dolorosa: por qué todo no puede ser como yo deseo, por qué la realidad no se pliega a mi ego. Hay que ver. Al parecer, uno tiene derecho a que la ficción le reconforte en los términos que se deseen. Las cosas que hago por amor...
Como no hay bien que por mal no venga, hay una curiosa ironía entre esta iniciativa y el desenlace de la serie. No quiero ser un crítico, esos personajes que enseñan a los demás como hacer las cosas sin que ellos hayan hecho nunca nada, o como los que llevan a cabo una tarea debieran haberla llevado a cabo. Entiendo la dificultad de muñir un desenlace sin mucho tiempo para desarrollar más las tramas. A mi el último capítulo me parece meritorio de acuerdo a esto y muy agudo en su representación simbólica del poder, el motor de la saga. Y, en mi opinion, de que la percepción es mas poderosa que la realidad y la modifica.
Canción de hielo y fuego trata la política y la guerra como dos caras de un mismo fenómeno: la pasión por el dominio. El último capítulo ofrece dos ideas muy sugestivas: Una, quien ha creído vislumbrar el paraíso no se detendrá ante nada para reproducirlo, aunque deba abrir las puertas del infierno; dos, el poder tiene una naturaleza esquiva, es tangible pero necesita un relato común para legitimarse. La lucha por esa historia que nos contamos nos une, creando un poder real que usamos para imponer esa versión de la historia. Cuando ambas corrientes confluyen, la guerra es difícil de evitar. El buen gobierno es tedioso, conlleva pesadas cargas administrativas y formularios. Y sin embargo, es mucho más deseable que la épica que arrebata vidas, haciendas y memoria. Por eso Robert Baratheon, el mejor guerrero de su tiempo, era tan mal rey; solo quería cacerías y soñar con los viejos tiempos, no detenerse a considerar si contratar a los hombres sin rostro para matar a una niña Targayren o seguir el consejo de su mano Ned Stark. Porque a él tampoco le gustaba la realidad que vivía y, aunque la había logrado cambiar con su espada, se sentía incapaz de cambiar nada una vez que el relato se completó. Por eso Dany necesitaba sus dragones. En un mundo en el que la magia había sido largo tiempo olvidada, se necesitaba una ración imponente para negarse a aceptar la naturaleza de su juego: el trono de hierro es mentira. El juego de tronos es una farsa. Es un símbolo corruptor y abyecto de las violencias necesarias para que una mayoría sin rumbo se encauce según los designios de la violencia de una minoría resuelta a conquistar el cielo. Pero Rhaegar se sentó en él, y cayó. Robert se sentó en él, y cayó. No parecieron ser capaces de contar una historia lo suficientemente atractiva y el pueblo de Poniente recogió firmas para que otros los sustituyeran o quizá sufrió impotente los poderes de otros.
Y en fin, así estamos hoy, en ese mundo que mejora aunque esté lleno de problemas y al que solo el miedo puede descarrilar, creo. Un mundo confuso y global donde los problemas del primer mundo llegan a ser dramones y en el que la falta de complejidad a la hora de tejer las historias que nos cuentan parecen llevarnos a un extremo peligroso porque no somos capaces de decir que si a alguien no le gusta la sopa, ahí tiene el huerto para trabajarlo y preparase su ración propia, sin que eso signifique que haya alguien sabio que haya dicho que fuera fácil.
Dundalk se llena de alas negras (noticias negras) mientras la noche se desploma, suave.