Eru Ilúvatar envió a cinco magos (Istaris) por medio de sus emanaciones, los Valar. Hízolo así pues los seres que habitaban la tierra sentían la tentación del poder, el embrujo de la fuerza y la perversa fascinación por las flores del mal. Mas ay, ellos, con todo su poder, tampoco eran inmunes. Radagast se perdió en los bosques y aisló su corazón. Los magos azules huyeron buscando su propio gusto. Saruman se entregó a Morgoth. Solo uno, Mithrandir (conocido en el Norte como Gandalf) logró seguir su misión a través del sacrificio, el temor y la pérdida, y ganó para otros lo que perdió su anhelo. A veces pienso que, sin poder ni gloria, nosotros también somos arrojados desde las entrañas de un misterio que quizá nunca conoceremos a otro jardín del bien y el mal donde las sombras juegan con las llamas caprichosas, formando siluetas que no comprendemos. En ese baile de equívocos, la vida, vamos avanzando mientras aprieta el frío. Tratamos de ganar sustancia y no quedar atrapadas como esas formas difusas que arañan los muros con una pasión y una ternura inútiles.
Una de mis preocupaciones es la de cómo hace uno para no perderse; en un mundo enloquecido por el instante y en el que el recuerdo perpetuo se torna venganza, la tarea de seguir un rumbo es perturbada siempre por un ruido de fondo que nos llama,como el coro de las sirenas de Ulises. La fiesta de enigmas y lo arduo del camino invitan a perderse en el bosque o a partir lejos, sin duda: es más fácil luchar contra la furia del momento que contra la erosión paciente y cruel de los años. El peligro verdadero no debe hallarse en el estallido estúpido de la derrota, sino en la falta de sabor y guía. No saber dónde ir, engañar la conciencia, envolverse en una mentira cálida. Porque la noche es antigua y sus terrores amargos y tan fríos, pintan sonrisas con la niebla que desciende sobre el ocaso. Es entonces cuando hay que pelear, y con todo lo que nos quede, aferrarnos a una llamada, un gesto, una intención que pinten un destello para que cuando se pierda, dejen una breve muestra de lo que fuimos y lo que aquí dejamos, por poco que sea, lo que quedará de nosotros.
La noche ya ha bajado aquí y la brisa tiembla contra grúas ya tan altas que nos han perdido de vista. Contra ese anochecer inmenso camino, tratando de convencerme a mí mismo de seguir adelante hacia una misión que aún solo entreveo y que la mayoría de las veces no me apetece hacer. Pero esa debe ser la misión de todos nosotros, supongo: ir donde uno no quiere para hacer lo que no desea. Y allí seremos, al fin, libres.