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miércoles, 16 de septiembre de 2020

Abraham Zacut. 16 de septiembre.

 Hace unos años, caminaba por mi ciudad y en la parte antigua llegue a una Biblioteca nueva, cerca de las facultades de ciencias. Aparte de la alegría que suscita una isla más de cordura en el delirio del mundo, llamó mi atención su nombre, "Abraham Zacut".

Nación en Salamanca hace casi 600 años. Estudió los arduos símbolos de la Cábala, también la Torá y el Talmud. Escrutó las estrellas y llegó a ser un sabio astrónomo, sin que su sapiencia aprovechara más a otros: la sinrazón de la época proscribía a los judíos el ejercicio docente. Por ello, su vida intelectual y me temo que personal, fue una búsqueda de protección y mecenazgo para su actividad científica, aguardando en su memoria los textos que saldrían después a la luz, Ha-ḥibbur ha-gadol (La Gran Composición) y su Tratado de las influencias del cielo. Se especula con la influencia que sus mapas estelares tuvieron sobre los viajes de Vasco de Gama en busca de las tempestades desconocidas en un cabo de buena esperanza. La historia contrafáctica es siempre sugerente; tienta pensar que su nombre fuera reconocido con gloria y que su mente concibió un peregrinaje estelar que se integró en el rielar de aquellos astros sobre las olas mientras la tempestad hacia crujir las velas y las naves se agitaban, domadas por hombres valerosos. La acción y la reflexión  convergiendo hacia un punto de equilibrio permanente. Consolaría pensar que vivió feliz entre sus estudios, nunca molestado y haciendo suya la divisa que aún se conserva hoy entre el olvido de su antigua sinagoga: "El ruido no hace bien. El bien no hace ruido".

Lamentablemente, nunca es tan fácil y para casi todos ha sido mucho más difícil que eso. Fugitivo de Sefarad hacia Túnez, luego a Turquía. Se ignora la fecha de su muerte y el lugar donde pudo haber acaecido, bien Jerusalén, bien Damasco. No merece el olvido que casi sepultó su nombre.

Sin embargo, la parte de la historia que más me ha conmovido estas semanas mientras leía sobre él es su primera expulsión hacia Portugal (donde fue Historiador y Astrónomo real durante algún tiempo). Tenía 40 años, los que friso yo ahora. Quizá sea tonto, pero la edad provoca cierta complicidad, como la de una comprensión más honda. Imaginar como avanzaba por una ruta polvorienta para huir de un país que lo odiaba a pesar de sus logros y que deseaba ignorarlos. La supervivencia nublando el juicio y la amargura del recuerdo. Y pese a todo, ha llegado hasta nosotros. Que el nuevo año hebreo incluya su presencia como la de una estrella lejana y tranquila que ilumine lo bueno que dejamos, en el silencio que da fruto en una brisa temprana.

Más allá de otro mar, las nubes ocultan las constelaciones en un mundo que las necesita, pues también va sin rumbo.


 


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