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miércoles, 29 de mayo de 2024

Cúpula de nubes.29 de mayo.

Vivo bajo una cúpula de nubes. Se percibe cierto reflejo del sol, pero es pálido y lento. Como una alegoría antigua, la luz que nos viste aquí es el reflejo de la verdadera. Los ángulos y los contraluces tienen más relieve y a veces pareciera que su tono mortecino y distante anulase el tiempo. Es una ilusión, claro. Agota y enerva. Como si fuera el río del más allá, es el olvido: la mente se acostumbra fácilmente a adoptar la circunstancia presente como la realidad profunda y natural de las cosas. Y así las nubes pasan como recuerdos inasibles de unas sensaciones que cada vez son más difíciles de recordar.

Yo también me he encerrado en mis propios sueños y, así, camino por lugares inertes de recuerdos, sentimientos helados e imaginaciones que no logran brotar más allá del momento en que el atardecer comienza. Los afectos son lejanos. Siento desencanto de lo que me rodea. El mundo ya no está hechizado por un temblor amable. Los fantasmas me acompañan solo, en la prisión de sueños que ya he perdido; acaso solo los invoco porque son lo único que me da calor, lejos del cielo. Y los días son una pelea fiera contra mí y el desgarro de querer encajar y querer ser indiferente a la sociedad de los hombres, huir de ellos, de la gente que ha logrado lo que yo no supe: vivir bajo la luz del día, bajo la cúpula inmensa de nubes, de duda, de abandono de uno mismo. No hay destino que no se venza con el desprecio. 

Vivo bajo una cúpula de nubes, bajo la luz perversa, en la idea delirante de que el futuro es una ilusión siniestra y el pasado no existe. Cada día, intento recoger un pétalo de la rosa sobre la cruz del tiempo. Hoy será otro más. Quien sabe lo que es despertar a la palidez y la penumbra, aprisionado en un instante inmutable, sabe que también se va convirtiendo en fantasma. No queda sino resistirse, apretar los dientes y seguir adelante esperando que un día cercano presente un instante de súbita comprensión que devuelva el tesoro del día. La ciudad se aquieta bajo la luz de la tarde y una brisa suave, como si estuviese dispuesta a pararse y a dejarnos inmóviles, sin miedo, sin esperanza, sin más frío.




jueves, 23 de mayo de 2024

Allá lejos. 23 de mayo.

Volver a la tierra

La de los pinos soleados

Que no hablan el lenguaje de la amargura. 

La del arroyo exiguo y las caléndulas,

La de la luz mortífera.

Volver y seguir entre bosques de encinas, 

Por entre rastrojos, con el resplandor del mediodía 

Y con la piel calmada, allá en la tierra seca

Pedregosa y cruel, de dones austeros

Donde el silencio crepita en la cúpula azul,

Donde entregaría mi vida.

sábado, 11 de mayo de 2024

Asesino. Planteamiento (1). 11/05/2024.

Vine al intercambiador X-236 del cuadrante 41 para buscar a un hombre. Los archivos mencionaban unos datos breves; la teletransportación performativa, aunque clandestina, es popular en la periferia de las rutas de transporte y permite el cambio de caracteres secundarios. Forma de la cara, color de ojos, altura, cabello. En principio, el proceso deteriora la replicación celular, pero la perspectiva de menor esperanza de vida no disuade a quienes afrontan órdenes de detención, privación de movimiento en la colonia pertinente o ejecución extrajudicial. Este era el caso.  Los miembros de la orden Coruman tienen potestad para elegir estas medidas en el caso de fugitivos y amenazas públicas. Para eso existen los tipos como yo. No quería morir, así que ofrecí matar para ellos. Sé que si yerro, me tocará a mí. No sé cual es el final de esa cadena: solo sé que nunca faltará quien decida integrarse en ella convencido de que poder decidir sobre la muerte de otro lo hace poderoso en lugar de hacerlo inhumano. Separado del mundo que odio y me despreciaría si me conociese, simplifico el tiempo en sobrevivir o tener que escapar. Acaso exagero: todos los mundos se han desquiciado y la muerte es otro espectáculo.

Los transportes pasan de vez en cuando por este cuadrante, una vez próspero. No es difícil escrutar a quienes miran furtivos alrededor, buscando un escape después de una estancia en parajes lejanos. Acosados por deudas, señores de la guerra, gobiernos corruptos, buscan tratamientos prohibidos de renovación para el rejuvenecimiento, ocultando sus datos. Por supuesto, el resultado no es difícil de observar, una vez acostumbrado. El proceso de retiro es libre. La única prohibición es no matar a nadie más y, salvo que sea imposible, no herir a otros.

La libreta electrónica ofrecía las distintas versiones posibles del sospechoso, tal y como fue visto por última vez y después de una teletransportación performativa. Vi a dos posibles sospechosos entrando en el transporte, que sería de 3 días en la cámara de hibernación, 23 meses en el total, hacia la ciudad más grande del cuadrante, pero aún alejada del transito. Quedaban 6 horas para comenzar las actuaciones de colocación y revisión en las cámaras para dormir durante el trayecto. Debería averiguar cual fue la identificación celular proyectada que los sospechosos, y el resto del pasaje habría hecho. Debían ser unos quince mil. Debería ser capaz de identificar con mi asistente neuronal unos pocos posibles coincidentes  y decidir como sumergirme de nuevo en el lago de sangre. De nuevo, la cacería, la de otros y la mía, comenzaba. Las estrellas, potenciadas por la cúpula de protección, contemplaban crueles desde su trono eterno. Llegué a la recepción de la nave.



lunes, 6 de mayo de 2024

La banalidad del mal de los buenos. 6.5.24.

No soy cinéfilo en exceso. Tampoco me importan un carajo los premios. El caso es que en los últimos Oscars, u Óscares, o lo que se diga, hubo, como de costumbre, una hiperintelectualización de cualquier forma de entretenimiento que pasara por allí:  había una peli, basada en un relato del gran Amis acerca de los campos de exterminio que resultaba ser una reflexión punzante , increíble, sobrecogedora, lo que queráis, del concepto de Hannah Arendt de la banalidad del mal. No la he visto, en verdad, ni tengo ganas. Pero eso es mi culpa.

La que sí me gustó fue Oppenheimer. Y lo que me sorprendió fue la falta de referencias a un proyecto que se ajusta totalmente al concepto de Arendt. Veamos: un grupo de personas de talento llevan a cabo la construcción de las armas más mortíferas jamás creadas como un simple reto intelectual sin ninguna reflexión aparente de su conveniencia ni de las propias implicaciones morales de su participación. Siguen adelante muchos meses después de ser plenamente conscientes (ellos y sus superiores) de que la justificación del Proyecto Manhattan (conseguir la Bomba antes que Hitler) no es ya relevante una vez que es claro, por muchísimas razones, que Alemania ha abandonado completamente su objetivo, que nunca fue muy consistente, además. Se limitan a seguir órdenes y a desvincularse de cualquier decisión ulterior sobre el uso del juguete que han creado. Hubiera bastado la negativa de una docena de personas para que esa arma nunca hubiera existido. Y aquí está, aun atenazando y amenazando el mundo. 

Por supuesto, no es fácil juzgar lo que una época convulsa puede traer, nunca es bueno y hay que tener cuidado con las ansias de ensuciar el pasado desde la comodidad. Pero no es menos cierto que hay una trampa insidiosa en equiparar la razón última con la justificación de todo. Resulta extenuante seguir viendo a los clichés de los malvados oficiales, malos de opereta, a cada momento para evitar reflexionar sobre las espinas propias. En casi todos los sentidos, rechazar la responsabilidad de uno o muchos debidos a un marco de justicia o injusticia mayor crea los nuevos monstruos de hoy, difíciles de divisar para quienes tienen su mapa mental fijado en lo que ocurrió hace unas décadas. Me gustó mucho la peli de Oppenheimer, es verdad. Pero se centra tanto en la fascinación de unos genios tratando de encontrar su cómo que no parece encontrar un minuto en preguntarse y preguntarnos por qué.

La ciudad está encapotada y triste. el viento mueve a unos pájaros de plástico para que espanten a las gaviotas sobre los edificios. Las grúas duermen. El río muestra reflejos blancos y marcha lentamente. El puerto recibe la llovizna con desgana. Desde mi ventana, se oye un tranvía pasar y las montañas del horizonte se pierden en la niebla.