La que sí me gustó fue Oppenheimer. Y lo que me sorprendió fue la falta de referencias a un proyecto que se ajusta totalmente al concepto de Arendt. Veamos: un grupo de personas de talento llevan a cabo la construcción de las armas más mortíferas jamás creadas como un simple reto intelectual sin ninguna reflexión aparente de su conveniencia ni de las propias implicaciones morales de su participación. Siguen adelante muchos meses después de ser plenamente conscientes (ellos y sus superiores) de que la justificación del Proyecto Manhattan (conseguir la Bomba antes que Hitler) no es ya relevante una vez que es claro, por muchísimas razones, que Alemania ha abandonado completamente su objetivo, que nunca fue muy consistente, además. Se limitan a seguir órdenes y a desvincularse de cualquier decisión ulterior sobre el uso del juguete que han creado. Hubiera bastado la negativa de una docena de personas para que esa arma nunca hubiera existido. Y aquí está, aun atenazando y amenazando el mundo.
Por supuesto, no es fácil juzgar lo que una época convulsa puede traer, nunca es bueno y hay que tener cuidado con las ansias de ensuciar el pasado desde la comodidad. Pero no es menos cierto que hay una trampa insidiosa en equiparar la razón última con la justificación de todo. Resulta extenuante seguir viendo a los clichés de los malvados oficiales, malos de opereta, a cada momento para evitar reflexionar sobre las espinas propias. En casi todos los sentidos, rechazar la responsabilidad de uno o muchos debidos a un marco de justicia o injusticia mayor crea los nuevos monstruos de hoy, difíciles de divisar para quienes tienen su mapa mental fijado en lo que ocurrió hace unas décadas. Me gustó mucho la peli de Oppenheimer, es verdad. Pero se centra tanto en la fascinación de unos genios tratando de encontrar su cómo que no parece encontrar un minuto en preguntarse y preguntarnos por qué.
La ciudad está encapotada y triste. el viento mueve a unos pájaros de plástico para que espanten a las gaviotas sobre los edificios. Las grúas duermen. El río muestra reflejos blancos y marcha lentamente. El puerto recibe la llovizna con desgana. Desde mi ventana, se oye un tranvía pasar y las montañas del horizonte se pierden en la niebla.
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