Algo parecido se puede decir de la guerra. Creo, sin embargo, que afortunadamente la guerra carece de ese idealismo inane que arma la estructura ideológica de casi todo terrorismo. De cualquier modo, los presidentes han anunciado guerra y lo han hecho de forma enérgica. A mi modo de ver, lo han hecho con la típica declaración pseudodeportiva que inunda todo en nuestra época, la de que las finales no se juegan y se ganan. He recordado algunos otros discursos, de guerra real, con muertos propios, sin ataques aéreos que desolan y aparcan el problema unos meses, con sangre de aquellos que confiaron en lo que su comunidad creía necesario, a veces erradamente.
Suelen ser discursos con una gravitas de la que carecen los discursos oídos los últimos días, porque nosotros carecemos de ella. Me gusta su triste aceptación de que la guerra es lo peor que le puede pasar a una comunidad, pero que a veces las amenazas son tan graves que no queda más remedio que emprenderla. Agradecen el sacrificio de unos pocos a los que la mayoría debe tanto. Tratan de dar consuelo a sus seres más cercanos. Asumen su incapacidad de asumir la muerte de los jóvenes. Y, sobre todo, tratan de subrayar que luchan por algo tan frágil que su defensa puede ser fatal, pero es insoslayable.
Uno de mis fragmentos favoritos es el discurso fúnebre de Pericles, en la guerra del Peloponeso.
"La razón por la que me he referido con tanto detalle a asuntos concernientes a la ciudad, no ha sido otra que para haceros ver que no estamos luchando por algo equivalente a aquello por lo que luchan quienes en modo alguno gozan de bienes semejantes a los nuestros y, asimismo, para darle un claro fundamento al elogio de los muertos en cuyo honor hablo en esta ocasión.
La mayor parte de este elogio ya está hecha, pues las excelencias por las que he celebrado a nuestra ciudad no son sino fruto del valor de estos hombres y de otros que se les asemejan en virtud. No de muchos griegos podría afirmarse, como sí en el caso de éstos, que su fama está en conformidad con sus obras. Su muerte, en mi opinión, ya fuera ella el primer testimonio de su valentía, ya su confirmación postrera, demuestra un coraje genuinamente varonil. Aun aquellos que puedan haber obrado mal en su vida pasada, es justo que sean recordados ante todo por el valor que mostraron combatiendo por su patria, pues al anular lo malo con lo bueno resultaron más beneficiosos por su servicio público que perjudiciales por su conducta privada.
A ninguno de estos hombres lo ablandó el deseo de seguir gozando de su riqueza; a ninguno lo hizo aplazar el peligro la posibilidad de huir de su pobreza y enriquecerse algún día. Tuvieron por más deseable vengarse de sus enemigos, al tiempo que les pareció que ese era el más hermoso de los riesgos. Optaron por correrlo, y, sin renunciar a sus deseos y expectativas más personales, las condicionaron, sí, al éxito de su venganza. Encomendaron a la esperanza lo incierto de su victoria final, y, en cuanto al desafío inmediato que tenían por delante, se confiaron a sus propias fuerzas."
Con todas las salvedades que uno quiera, la democracia, la igualdad y la libertad son frágiles, tanto cuando son atacadas como cuando uno pelea por ellas. Soy partidario, dentro de la insignificancia, de esta guerra. En tierra, no solo con aviones. Pero sé que ello significará la muerte de gente mejor que yo. Prefiero que un político me diga que no queda más remedio, que a pesar de todo merece la pena y que será doloroso, porque no puede ser sino doloroso, que un catálogo de medidas que nos ganarán lo que ya no puede ser ganado.
Hemos olvidado lo que somos y lo que tenemos, su naturaleza. Es hora de exigir más justicia y equidad, pero también más audacia. Con quienes nos amenazan, nos desgobiernan y nos utilizan en contra de otros.
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