Te llamare Viernes, y los pilares del castillo de If se estremecieron y su estruendo llego a oídos del viejo de la montana que discutía con los arcangeles sobre Simeone y oia la voz de Dios en un pozo cegado. Los reproches se convirtieron en una marea de cieno sobre la cúpula de una catedral dubitativa y los goles del Sporting de Medinaceli atronaban las salas vacías del palacio de Odín.
Spirit store se inundaba en una bacanal de lamentos entre los cuadros marinos y de las postales del atardecer se oyeron los goznes de percepciones alucinadas que temblaron entre visillos las guitarras afónicas. Las campanas tañen y su gemido acompasado me hizo volver a casa, de la que nunca más saldré como soy hoy.
Nieva en las playas. Ulises se retuerce entre Medusa y Chauchat, plegando alas. La partida perfecta de Max Payne es arruinada por Gargantua filosofando, y las lagrimas del volcan no sobrepujan mi radiador iluminado.
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