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martes, 17 de mayo de 2016

Volver a la lluvia. 17 de mayo de 2016



Ha vuelto a llover...el veranillo se ha ido



Llueve de nuevo. Llora el día metáforas gastadas y húmedas;
las lágrimas (o el pis, decíamos de niños) de los ángeles,
las fuentes del paraíso, las turbias
compuertas de otro armónico océano en el aire.

No importa cuantas veces se hayan dicho los charcos,
o los mojados saltos
de la infancia sonora. La lluvia repite, incesante como la aurora,
su rito atávico y explora
las verjas de los cerros y los barcos errantes
que a la primera luz del día asoman.

Llueve en Dundalk, y quizá llueva en casa, ya tan fría. Mis abuelos
pensarían en su huerto y la cigüeña
ahuecaría el ala en alas de la brisa
y el mundo sería, entre golpes de chapa
el breve espacio entre la acequia y la ermita.

Es la misma lluvia que ahora llorará en sus tumbas,
vacía y larga
insensible y amarga,
la que vio el mismo Odín y previeron las parcas
Es justo ahora. Cada cadencia. Cada pausa.

Llueve el mundo, ofrecemos palabras
que quisieran resistir el embate del agua
en los mármoles y triglifos del tiempo.

Pero en ese templo ya se dijo la lluvia y bastó esa vez . Las gotas
explotan en la cornisa
el segundo se eterniza, y las palabras se agostan
en estos ratos de susurro y extraña armonía.

Es la de siempre, la misma lluvia de cada día.
la que inútilmente pretendiera amarrar
cada esforzado escriba
buscando la médula y la yunta,
de las raíces ocultas en cuya tierra umbría
teje su trama muda
la música del tenue velo ahogado
en donde abrevan los ojos gastados.

Dundalk se vacía entre el repique de las campanas y las gotas incesantes. 


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