Mientras vivas, brilla. No des al pesar la satisfacción de lo inevitable ni ofrendes al desastre que se ensaña en nosotros con estúpido gozo. Recoge desde ahora las rosas de la vida y haz de la bendición un sentido. No te detengas en exceso frente a la rueda de la fortuna; simplemente, disfruta su sol y aprieta los dientes cuando decrete días umbrosos. Sigue el curso del arroyo y no pelees por erigir un pedestal. Ellos, los dioses, no consienten la hubris de quien se cree más amplio que el abismo.
Salta, corre, baila. Ama lo que el destino o tu bravura conquisten contra el atardecer pálido y saborea las derrotas siempre que el honor permita una mirada limpia. Nunca dejes de creer, pero no creas para encerrarte en un mundo en el que seas un rey solitario y nunca contradicho. No te preocupes del coro; sus alabanzas son melifluas y sus ataques, agrios: en cualquier caso, su poder solo estriba en el que tus sentimientos quieran darle, henchidos por tu ambición. Sé libre y se consciente de que eso significa ser el primero en el hermoso peligro de la libertad; las heridas nobles duelen tanto o más que las mezquinas. Y no dejes que la apariencia o el espejo creen un conjuro aciago y embriagador que te convence de que eres demasiado bueno para morir o sufrir. De otra forma, te enterrarán en un dí lluvioso y olvidado pronto, en un inmenso manto raído de arrogancia.
Mientras vivas, brilla, y no dejes de brillar contra la línea que se pierde en un horizonte auspicioso como el que hoy se despliega contra las colinas de Dundalk, dejando una lamina de oro contra las nubes oscuras y dotando de oro su broche que se apagará pronto y hasta un tiempo muy lejano, cuando despertemos.
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