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miércoles, 2 de octubre de 2019

Korzeniowski. Dos de octubre.

Nació en una familia rebelde y derrotada. En un país que no existía. Aprendió una lengua que debió sustituir por otra cuando huyó para vivir aventuras. De esa época apenas quedan trazas; parece que tuvo una pasión que casi le condujo al suicidio, que trafico con armas y que encontró en el mar el espejo de su pasión. Durante este tiempo aprendió la lengua inglesa. No la abandonaría. Su lenguaje, a la vez ambiguo y preciso combina la pasión por la aventura con la acuciante pregunta acerca de nuestra humanidad, nuestra fragilidad moral y nuestra verdadera naturaleza. Después de servir como capitán de barcos mercantes, se dedicó a escribir. Sus novelas suelen compartir una trama que se entrecruza con la búsqueda interior; quienes somos más allá de todo, de nuestra socialización, del miedo, de la convención y el salvajismo, de lo sublime y lo repugnante. Es como si quisiera ir despojando delicadamente a los personajes y a los lectores de todas esas capas, cada vez más profundas. ¿Habrá algo más allá? Puede que sí y que cambie con nosotros; en cualquier caso, puede que solo sea biología y vacío. Nunca lo sabremos.

Las novelas de Joseph Conrad (ya veis, el también se despojó de su propio nombre, país, ocupación, lengua y destino para reconocerse) son amenas y sombrías. Como la línea de sombra sobre la que tituló una novela magnífica, bordean la luz y la oscuridad en un conflicto moral. Las emociones afloran, pero no son las guías principales de los ojos ávidos de los marinos, viajantes, tenderos, anarquistas o esclavos. Su lucidez les dice que se están entregando a otra forma de vitalidad y que están cambiando, no saben a qué. La mezcla de temor y fascinación que brilla en esos ojos es la nuestra también, como el desconcierto y cierta desesperanza vital. "La vida es una bufonada: esa disposición misteriosa de implacable lógica para un objetivo vano. Lo más que se puede esperar de ella es un cierto conocimiento de uno mismo, que llega demasiado tarde, y una cosecha de remordimientos inextinguible"

Es un hermoso desbarajuste que un noble polaco se convirtiese en uno de los más grandes autores de la literatura universal. Su huella en la cultura es inmensa. Ni hay que hablar de Apocalypse now. Ayer fui a ver Ad astra y me pareció una aventura puramente Conradiana. Y me pareció muy grato sentir el deleite pasado de recordar lecturas apasionantes y frases punzantes como machetes y ambiguas como ecos en desfiladeros ignotos. Hoy, me apetecía escribir acerca de él, para pensar en él, por que escribir, por que leer y tratar de figurarme quienes seríamos en otra vida, otra civilización, en otro mar. Como el mismo escribió, "Creí que era una aventura y en realidad era la vida".

Gracias, señor Conrad. Hoy, que hace frío en la calle, resuenan tambores que parecen llegar de una esquina con un resplandor perverso, y Dundalk se afila en un rumor de olas, temblando ante una explosión de ira y secretamente fascinada con el sabor agrio de la destrucción. Hoy levanto la vista hacia la ría que lame Dundalk en su camino arduo hacia el mar. La desembocadura parece bloqueada por un negro cúmulo de nubes, y el apacible canalizo que conduce a los más remotos rincones de la tierra fluye  sombrío bajo un cielo cubierto que parece conducir hacia el corazón de una inmensa oscuridad.




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