¿Cómo hemos llegado aquí? Absortos frente al mismo pretil, viendo la corriente calmada hacia un mar escondido. Cada uno en su castillo de días y penas, solos frente al silencio y el fin. Uno recuerda los versos de Kavafis, siempre tan propicios al ocaso,
Cuando a medianoche se escuche
pasar una invisible comparsa
con música maravillosa y grandes voces,
tu suerte que declina, tus obras fracasadas
los planes de tu vida que resultaron errados
no llores vanamente.
Como un hombre preparado desde tiempo atrás,
como un valiente
di tu adiós a Alejandría, que se aleja.
No te engañes,
no digas que fue un sueño...
Seguiremos aquí aún unos minutos, saboreando los tonos que nos regalan la soledad y el recuerdo de otros crepúsculos, la luz de otros días que está en este y afuera del tiempo mismo. Dentro de un rato, los matices se irán uniendo a la sombra que avanza y el ruido de la calle y los coches, las voces aisladas y los graznidos de las dueñas del aire también se aplanaran hasta quedar reducidas al tierno rumor del agua fresca, que nunca se detiene. La noche acabará la obra de la naturaleza y de sus hijos, pero no con la ilusión que la volverá a levantar mañana. Cuando el sol se esconda, aún seguirá el brillo en todos los ojos, tratando de construir un nido con los retazos de belleza y realidad que el mundo siempre nos procura.
y escucha con emoción -no con lamentos
ni ruegos débiles- como último placer,
los sones, los maravillosos instrumentos de la
comparsa misteriosa
y di adiós a esa Alejandría
que pierdes para siempre.
Y aunque hoy la realidad es oscura y el miedo parpadea cercano, Dundalk se yergue como un gigante insomne dispuesto a resistir solo un día más, pero para siempre.
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