Has visto y sólo comprendes ahora. Caminabas por un sendero angosto cuando viste la entrada. Te has acercado y has llegado a uno de mis sirvientes, uno de los que menos poder podría poner a tu servicio. Pero caíste deslumbrado. Has pedido por tu porvenir y tu heredad. Si hubieses sido sabio la hubieses mantenido con vigor y prudencia. Pero el deseo pudo más. Los ojos se cegaron y tu boca no supo callar.
Recordaba una gruta, una luz, un prodigio. Ante sus ojos, la bruma se convirtió en un genio afable. Lo envenenó con palabras. Creó ante sus ojos el horizonte de un porvenir, pero le advirtió de la futilidad de los sueños humanos. Gustan los genios de endulzar sus palabras para perdición y asombro de los mortales.
Te concederé todo lo que puedas pedirme antes de que el sol se retire de esa franja. Entonces, saldrás de aquí y verás el mundo que has creado. Elige con perspicacia, pues no sabes nada de aquello con lo que soñarás mañana. Nada te será ocultado.
Durante un segundo, sintió el abismo. Lo superó con gula, ansia de poder, fuerza, ardor. Construyó un futuro, se sintió benévolo y autoritario, sintió el poder demente del creador, el vértigo del usurpador hacia un poder divino. El tiempo corrió deprisa.
Había anochecido cuando salió de la cueva y emprendió el camino a casa. No se cruzó con nadie en su regreso, pero veía las formas de las casas de sus vecinos, grandes y mejores. El camino lucía iluminado por antorchas esbeltas y la noche se retiraba del claro del bosque donde hasta hace unas horas se apiñaban chozas desvencijadas y ahora lucían casonas robustas. Encontró a su mujer llorando -es un milagro- repetía. Sus útiles de cocina parecían extraños, desconocidos y provenientes de otros lugares desconocidos. Los vanos que eran simples rendijas se habían convertido en amplios espacios que hacían el aire más claro. Durmieron felices en un jergón amplio que sustituía sus telas casi deshechas.
A la mañana siguiente, la salida del sol sorprendió a la aldea en una ofrenda espontánea. Todos dirigían sus pasos hacía la imponente Iglesia que sustituía a la ermita modesta del lánguido ayer. Los murmullos de bendición sobre el misterioso viento que había cambiado en un instante sus casas, sus ropas, sus posesiones y sus vidas eran orgullosos, pasados los primeros instantes de temor. Pero tras las celebraciones y las fiestas, llegó el recelo. Pues los labradores cuyas tierras colindaban con las de los aldeanos del pueblo más próximo habían visto en la distancia las mismas casas y los mismos lugares, sin cambio aparente. Así que sintieron temor, y decidieron esconderse. Compraron tierras a su alrededor, hicieron crecer vallas y empalizadas. Y sus campos se agostaron. Sintieron punzadas de envidia entre ellos. Y sus bienes se echaron a perder, y su vecindad se agrió. Así que nuestro pobre, y trágico, héroe, decidió volver a la angosta cueva de la cual había nacido la alegría y la amenaza de la perdición. Pero de su benefactor inesperado un día sólo encontró palabras frías: los humanos sabéis construir, pero no sabéis fortalecer la savia de lo construido. Vuestro espíritu no persevera en la energía de la ilusión. Fui generoso. Y tú estás siendo ingrato. Lo sé-replicó el hombre, -sólo te pido que consideres mi último deseo. Deseo que todo lo que te dije fuera un sueño, aunque hoy se haya convertido en realidad amarga. Y deseo que puedas hacernos despertar de ese sueño. Los ojos del genio se entornaron. ¿Eres consciente de lo qué me pides? No cambiarás la realidad de los semejantes...la tuya propia. Lo sé. ¿Sabes también que el deseo que te impulso a pedirme todo siempre arderá en el corazón humano? ¿Qué habrá otras peleas y otros remordimientos en su busca? Lo sé, pero no lo quiero. No quiero la locura del esclavo que anhela extender sus cadenas. Sólo te suplico que me ayudes a hacer crecer otro tipo de planta. Estas serán mis últimas palabras para ti, dijo el Genio desvaneciéndose. Sea como quieres…
El regreso fue amargo. Campos secos y cuarteados, estructuras desvencijadas, lamentos, harapos. En su frenesí, no había sido capaz de despertar de su delirio. Y ahora el esplendor se había convertido en un recuerdo cruel. Los vecinos se agolpaban en la vieja ermita, suplicando perdón a una divinidad despiadada que le había retirado sus favores, tratando de desentrañar su voluntad y sus propios pecados. Y la voz resonaba en el interior de nuestro personaje y era una ola de frialdad lejana venida desde el seno del tiempo y fuera de él, lo abrumaba:
Nada te ha sido ocultado, como prometió mi sirviente. Has deseado y has obtenido, has visto y quizá hayas comprendido que hasta en la mañana más luminosa crece la semilla de la destrucción. Habéis vivido un delirio, y olvidasteis de dónde veníais. Quienes eráis. O quizá simplemente un genio travieso ha jugado con vosotros. Vuestra vida es corta y poco importan vuestros suspiros desde el puente de la eternidad. Recuerda sin rencor vuestro momento y sin angustia vuestros errores. Vuelve a casa. Edificad sobre la tierra fértil . Disfrutad los días y el estar vivos.
El sol se desbordaba como una bola líquida y naranja enorme sobre la silueta de una ermita modesta y una multitud reunida en torno. Las sombras se alargaban sobre los surcos renovados. Un genio volvía a dormir un sueño de siglos. Todo seguía igual que como lo había abandonado. Solo sus ojos eran distintos. Acababa lo que quedaba de un día que culminaba y derrumbaba un viejo sueño. Y mañana empezaría otro, tan viejo como el antiguo.
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