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miércoles, 17 de junio de 2020
17 de junio. Así empieza lo malo.
Por razones que no vienen al caso, he estado leyendo acerca del pasado relativamente reciente. El siglo pasado parece una fiesta universal de la muerte jaspeado de vez en cuando por felices descubrimientos y avances que no nos han cambiado.
Impresiona imaginar la ponzoña ideológica que gota a gota despoja de humanidad al que no es hermano de Idea y Propósito; sorprende constatar repetidamente la capacidad de adaptación del ser humano a las peores condiciones; mientras haya vida, hay esperanza y hay miedo. Leer como se aferraba esa gente a la cotidianeidad que iba desapareciendo en el magma del odio causa amargura y angustia. Porque somos nosotros, nuestra ceguera voluntaria, el temblor del ser frente a la brutal indiferencia de la desaparición y las treguas que nos suplica nuestra cordura. Y sin embargo, así empieza lo malo. No en el campo o en el combate, sino en el desprecio, el rencor, la ira. Parecen inofensivos al principio,aislados. Pero van aumentando y se convierten en parte del paisaje moral mientras el umbral de tolerancia se adapta a ellos. Escalones que descienden en la escala de la libertad a la de la necesidad del minuto que no se da ya por hecho. Un muerto más que no es el mío, una voz que se alza para disculpar a los asesinos y a los propagadores del odio, una vuelta de tuerca en el engranaje de la abyección, siempre los mismos intelectuales: cuando no cobardes y estúpidos ante el poder, fascinados por su brutalidad, la menos humana de las pasiones.
Somos nosotros, digo; no hay más que ver la ductilidad social respecto a una cifra sobrecogedora de muertos que una epidemia nos ha arrebatado. Escondemos la memoria y nos dedicamos a sufrir por la tristeza sin carne, la muerte sin huesos y la memoria se viste de arcoíris para desatar sobre el futuro la frustración que hoy no queremos ver sobre aquellos a quienes se nos ordene detestar. Sí, así empieza lo malo.
Dundalk sabe que algunos de sus hijos, como todos, lucen sentidos homenajes por el mal que les fue hecho. Otros han levantado espontáneos recuerdos, leves placas y cruces celtas. La mayoría yacen sin conocimiento de las injusticias que les fueron cometidas. Otros ven contra la luz azulada y oscura del ocaso, las grandilocuentes expresiones debidas a los victimarios. El viento de la historia no se puede detener y borra las huellas de los crímenes de quienes lo desbocan hacia el mañana. Yo me dedico a tratar de vivir y evitar el dolor, como todos los que están cansados del mundo. La brisa del río trae una esperanza de recuerdo y compasión cuando todo acabe, mientras el sol vuelve a esconderse llevándose el enigma hacia el futuro. Las aves se levantan contra el cielo y los árboles simulan una línea de vida contra el resplandor del horizonte.
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