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sábado, 27 de junio de 2020

27 de junio. Los representantes de la vida.

Desde que comenzaron las restricciones por la pandemia me he levantado temprano. Quería aprovechar los días cuando no tenía que trabajar y hacer deporte para cuidar mi cuerpo y mi mente en estos tiempos inciertos. Creo haberlo logrado, gracias a lo que he visto más que en virtud de mi esfuerzo; ejercitarse cansa, pero despierta.

Salía a correr cuando el tiempo lo permitía y me he encontrado varias veces a un señor mayor caminando esforzadamente. Encorvado, trataba de mantener el ritmo y no cejar en el empeño de seguir avanzando aunque le costase. Nos hemos encontrado varias veces y he sentido la gratitud de que nos saludásemos, mientras buscábamos un poco más de fuerza en el depósito en precario.

También camino a veces y paso por las casas más cercanas a la carretera. Desde antes había visto en una a una parejica de ancianos que se cogía de las manos y miraba afuera o a la pared, donde se proyectaban sus recuerdos, imagino. Estas semanas he visto que el salón está cambiado y el sofá se ha cambiado por un sillón, donde él sigue mirando y rumia la ausencia. Bendito sea.

Quizá la sensibilidad al azar llegue con los años. La verdad, siento cada día mi fortuna, aunque no dejo de imponerme pensar que esa a la que llaman fortuna es antojadiza y borracha, como dice Sancho a Alonso Quijano cuando es derrotado frente a la playa de Barcelona. Todo puede cambiar pronto, nadie sabe el final de todos los caminos. Todas esas imágenes que parecen en ocasiones clichés de autoayuda son estrictamente ciertas. Asusta pensar el rol que el azar juega en nuestros días. No queda sino levantar el alma y tratar de estar a la altura del azar cuando nos sonríe y rebelarnos contra él, en la medida de nuestras posibilidades, cuando nos sojuzga.

Por eso creo que hay quienes son los más altos representantes de la vida. Los que han perdido y padecido amargura, los que han sabido reconstruirse tras dejar atrás, los que supieron salir de la llanura oscura que solo iluminaban los relámpagos indiferentes, los que se van encogiendo y los que han visto a la enfermedad y a la muerte más de cerca. No son mejores por padecer, sino que son más auténticos por permanecer y mostrarnos aquello a lo que resistimos a sostener la mirada. En ellos, reina oscura sin misericordia y luz de gracia sin medida, la vida se muestra tal cual es, más amplia y más pura, una sortija inextricable de dolor, alegría, suerte y olvido.

Agradezco a las divinidades del devenir que me muestren la realidad del ser aunque trate de olvidarlo y mientras la lluvia acaricia mis mejillas un claro en el cielo de Dundalk muestra que aún es todavía. Los pájaros se arremolinan al son de la ventisca y los árboles dan permanencia al mundo que se cansa de su propio paso.

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