Hoy se va acabando algo más Noviembre. Como estos días de expectación y ruina con los que el anyo nos ha obsequiado, ha nacido deprisa y morirá lentamente. El cielo abierto refleja líneas doradas sobre las cumbres metálicas de los edificios. Todo es silencio.
Mientras la brisa llega, pienso en la dificultad de avanzar en estos días extraños. No es solo la epidemia, era la vida. Somos impulsos eléctricos que al juntarse figuran un movimiento. Entre esos impulsos, solo hay quietud y mutismo, la nada. Una imagen futurista que superpone varios momentos seguidos de nosotros y fractura la identidad y el sentido, me temo. Cuento esto porque no creo ser el único al que le pasa esto. Lo que veo y siento es esa llamada de la vida a través de mensajeros que la insonorizan tras cristales relucientes para hacernos espectadores coaliados de su brillante envoltorio, que será reciclado inmediatamente después.
Cada acaecimiento, espectáculo, evento, costumbre, suceso, hecho cotidiano o extraordinario desea borrar al anterior. En ese engrudo trato de avanzar los pies y esa papilla me resisto a tomar, mas, ay, a veces consumo. Va desde lo más relevante a lo banal, desde ganar la copa del mundo y estar en la sima mañana tras un mal día a ser, o fingir ser, alguien que es relevante a ser consciente de lo fácil que es ser borrado, olvidado, humo.
Hace unos días, Morata, jugador de la selección española de fútbol, cobraba una factura tras la victoria del equipo ante Alemania. Parecería oportunista; desgraciadamente, tiene sentido. Si eres solo lo que vale tu último recuerdo, saca de ellos lo que puedas. Aurea mediocritas, carpe diem. Para lo demás, decide el impulso que te mueve, no consumas demasiado y no te canses. La ciudad amanece bañada en un sol tibio, que se derrama sobre el justo y el inicuo, en un mundo en el que unos serán recordados por las maldades que padecieron y otros llegarán antes a la meta común de un impasible y benigno olvido.
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