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martes, 24 de noviembre de 2020

Rocío piso. 24 de noviembre

 Vivimos en una sociedad que es el propio tirano y, aunque posiblemente no lo necesitase, le hemos dado el poder para ello. Casi todo es postureo y muestras públicas de virtud, como de penitentes ahogados por las miradas torvas de sus vecinos que necesitaran una expiación pública. Cada vez queda menos para que deban ser sangrientas, supongo.

Ayer pude acceder, sin yo pedirlo, a conversaciones privadas escritas y habladas. Reconozco que eché un vistazo y oí parte de un mensaje grabado. Hay unas personas muy nerviosas manteniendo una actitud que parece reprobable. Las deja en mal lugar y las hace relativamente fáciles de identificar. Creo innecesario añadir que vivimos una situación que ha aguzado los nervios y que nos está llevando al límite de nuestras maneras civilizadas, propias de quien siempre tienen un plato de comida cerca y una cama de hospital. Pero ese es otro tema. Lo que resulta inquietante es el espejo deformado que todos tenemos a nuestro alcance para imponer la realidad de los demás por la fuerza, la fuerza de los otros, que no tienen por qué saber, no tienen por qué conocer la situación, pero tienden a no desaprovechar la situación para situar su conducta sobre la de cualquiera. Nada nuevo, es la corrala; pero lo nuevo es que ahora el país, el mundo, es la corrala, y la necesidad de ostentación de la virtud ajena (y su búsqueda de rentas colectivas, lo que de nuevo sería otro tema) puede condenar a la muerte civil a quien discrepa, matiza o tiene un mal día. No conozco a nadie que participe en la discusión, pero temo que las consecuencias para algunas de ellas puedan ser extremadamente duras. Ya sé lo que dice siempre la masa, se lo ha buscado, haberlo pensado antes, es más grave lo que hicieron que mostrarlas en el Tribunal de la vergüenza, etc...   La censura moral siempre encuentra un bien mayor, y vivimos una era que ha decidido que hay bienes mayores que lo justifican todo. La sociedad panóptica que el avance tecnológico ha posibilitado ha terminado de alzar el escenario.

En fin, es el mundo que hemos formado, uno en el que las masas han enloquecido y vagan sin una dirección definida salvo cuando se trata de destruir a un individuo; entonces son certeras e implacables. Todos tenemos malos días y hay situaciones que nos ponen al límite. No conozco las situaciones que otros me cuentan, pero sé que todos tratamos de embellecer la realidad a nuestro favor y se nos han dado las herramientas para ello. El poder es la indignación de la mayoría manipulado por malvados, nunca fue muy diferente. Hoy, parece que la democracia se juega en el campo de los errores, los zascas y la mala intención. Hemos decidido que podemos vivir en la sospecha perpetua y que no pase nada. Generalmente, es una impresión que puede tener sentido, porque le suele pasar a otros. Mas cuando todo se extienda y seamos a la vez culpables y verdugos, veremos como trasladamos el dominio humano sin aceptar los fallos inherentes de la condición humana. Que Dios nos perdone.

Espero que las protagonistas involuntarias del pim pam pum de cada día de una sociedad airada y tediosa no lo pasen muy mal y que todo se solucione lo mejor posible sin una bandada de cuervos aleteando sobre los restos del naufragio. Uno no puede tener muchas esperanzas. El humor, que se había convertido en el refugio contra el abuso se ha reciclado en una forma avanzada de la propaganda y quien más humilla, vence. Hay quien parece necesitar un estándar moral altísimo, quizá porque nunca ha aceptado que todos deberíamos valer por lo mejor que somos capaces de alcanzar. A la burla nunca le basta el olvido de su carcajada, porque ella misma es un olvido de todo lo que puede hacer que otro merezca la pena. 

Deseo que no sucumbamos a la tentación de abusar de los débiles cuando las mayorías lo demandan, cada nuevo capítulo en el libro de la humillación y el olvido. Espero que esto pronto sea un mal recuerdo para todas las implicadas y pase como las nubes negras por mi ventana, precursoras del sol blanco que irradiará un pálido y hermoso tremeluz sobre el mar. Una sola cosa puedo hacer por todas; tratar de comprender hasta lo peor y no decir la última palabra.






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