Ocioso lector, no hará falta que te jure que desearía que esta entrada fuese un prodigio de amenidad y gozo para ti. Mas, ¿qué puede hacer mi naturaleza si la Madre de todas dictó que mi pobre talento no fuera más vasto que el otorgado?.
No estaría mal ser un as. Alguien que desde el principio de su historia supiera que va a ser protagonista y nadie contará sus cuitas por él. Creo que esa época dependía de la cuna o el pesebre y ya pasó. Hoy, todo lo que uno hace no refleja las estrellas pero deja marcas en los vasos, los recuerdos y el eco. Puede que no mucho, es lo que somos, materia del aire. Y sin embargo, lo que vibra después del ruido suele dejar una impresión más honda que el estruendo. Uno no necesita ser siempre el mejor, el más celebrado, el más amado, el más vital. Y sin embargo...el deseo es más poderoso que la piel. No es lo normal ser y sentirse vencedor e invencible; unas pocas veces quizá basten a una vida plena. Nos hace infelices no ser más que decorado ajeno, a veces. Pero no debiera ser así, me parece. Cada secundario da la profundidad a la vida siendo el protagonista de su propia novela. Pero, ay, a todos nos alza y nos hunde el deseo de ser más y llegar más lejos. No hay mares que templen el anhelo salvaje de quien ha olvidado mirar atrás.
No me angustia tanto sentir así porque veo que todos sienten igual. Saber que eres prescindible es fácil. Aceptarlo es arduo. Uno camina por la vida como en un camino abierto entre el matorral y ve a gente venir y marchar, con unos pocos quedándose. Piensa que el camino que sigue es el suyo, hasta que comprende que no es de nadie y de todos, de cualquiera que se haya sentido confuso mientras fatigaba recodos y elevaba minúsculas polvaredas con sus pasos ágiles. Morirse debe ser dejar de caminar. Y dejar de ver a los imprescindibles, a los que se quedan un tiempo y se van, a los que no se van ni a tiros y a los que nunca se irán para nuestra alegría, los que se alejan de nosotros. Tan centrales y tan alejados, mientras buscamos el centro donde la vida se equilibra y duele menos. Donde el paisaje y el paisanaje nos hacen ver que estamos en casa, rodeados de quienes dan a la vida su color, distinto para cada uno. En aquel sitio grato. Allí donde nunca da la vuelta el aire.
El cielo es hermoso hoy, tranquilo, con la luz de atardecer pausado. Parece pertenecer más al otoño que a la luz de agosto. El viento apenas murmura y el mar se acurruca contra el fondo de nubes. Más allá de ese horizonte se escriben nuestras vidas. Algún camino tiene que haber.
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