Lo reconozco, soy un pesado con los museos y similares. Entrar en sus salones y deambular sus pasillos me resulta una manera menos ineficaz que otras de tratar de mostrarse en el tiempo y de viajar al pasado. En sus paredes confirmo la intuición fundamental que el poso de la vida persiste en susurrar: cuesta construir algo valioso, mas destruirlo puede ser rápido y estúpido. Otro pensamiento, en objetos, retratos, inquietudes pasadas también sugiere una conversación imposible con quienes fueron alguien y hoy ya están en el olvido al que nosotros también nos dirigimos.
Pudiera parecer depresivo, pero no lo creo. Me parece que amplia mi vida saber lo que me precedió, como también imaginar como será el mundo cuando el sol no roce mi piel. En las obsesiones, gustos, tabúes pasados, se abre paso un cierto entendimiento de la naturaleza humana como algo amplio y misterioso. Ay, cada vez que se abandona o se niega ese misterio esencial suele ser el preludio de una matanza con fanfarrias festivas abriendo los festejos de la muerte. Estruendosas, abrasadoras.
También me gusta imaginarme siendo otro. Nunca muy alto, nunca muy bajo. Mi imaginación me ha hecho ser, resumidamente, tantos otros...y saber que de la furia de un asesino atormentado, la dulzura de la madre, la excentricidad del solitario, la euforia del campeón, el dolor del hastiado y tantas otras, no nos separa mucho. No son mas que infinitas aristas de lo que nos hace humanos. Las mías, mas modestas, mediocres, también forman una figura singular, como la de cualquier otro.
Tiempo de cambios para mí, nuevas aristas que modular, otras se quedarán mochadas en un escorzo inútil contra el aire. Y, aunque ni el más sabio de todos sepa el final de todos los caminos, me gusta, en principio. Me gustaría ser otro muchas veces, y el ánimo proteico me hace sentir que el mundo ha rejuvenecido y es algo más amable. No es muy realista. La embriaguez de la metamorfosis, precioso título de una novelita de Stefan Zweig (que no he leído) es más atrayente que la sobriedad de conjuntar los pedazos del espejo roto interior hasta formarnos de algo que dé un reflejo valioso. Lo sé, pero...con todo y con eso, hay un impulso que nos impele a cambiar y otro que nos incita a solidificar lo que cambiamos y hoy es nuestro, aunque nuevo.
Allá voy, con la adarga al brazo. Nunca muy crecido, nunca derrotado. Contento, sin estar embriagado, por una nueva experiencia. La luz huyó hacia el mar, por poniente. Aquí hemos quedado los pensamientos inconexos tejidos por la sombra, el viento, las luces de neón, aquellas tras los balcones y las miradas perdidas de quienes esperan. Otro día que se va, otra pelea gozosa que acaba...hasta la próxima luz de una aurora que nos traiga, como un hechizo, la libertad que perseguimos.
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