¿Recuerdas aquel tiempo de perpetua promesa?
El prado, el arroyo, la lumbre y cada rostro
Parecían distintos, escondiendo un misterio
Que envolvía su sueño bajo el cielo infinito.
Fue la hora preciosa que agitaba el segundo
En la vibración de un mundo generoso y despierto.
La voz sobre los campos era de un Dios presente
En gorjeos y trinos, rumores y crujidos
Delicado y audaz trotando entre las formas
De la imaginación y el asombro, el amor a la duda.
Ahora echo de menos su consuelo atento
Como aquel que espera que abran la puerta de su casa ya en ruinas.
La soledad se poblaba de seres misteriosos
Compartiendo secretos desde su primavera.
Guardianes del ocaso y un templo de alegría,
Fuimos lo que la suerte supo y lo que el alma quiso:
En su brillo de agua lo que guardas se pierde
Porque todo lo que no está en ti y se te da, te hace
Y lo que diste al fuego de los años es lo que permanece.
Aquel resplandor para mi mal está apagado
Y lo que sabía sentir es una llama oscura.
Avanzar es más arduo y ascender es cansado
Hasta la cumbre nevada a la que llega el hombre
Tratando de vislumbrar en el país del niño
Los tiempos de gloria por esa luz bañados.
Ahora somos olas que amenazan romper
En el vacío insomne de la playa entre brumas
Dónde la memoria destiló experiencia de sabor amargo,
Allí dónde las lágrimas ya no son capaces de contener un mundo,
Pedazos rotos de un espejo que jamás contemplamos.
Dondequiera que vaya, el embrujo se ha roto.
El fracaso no es dulce. La paz tiembla
Sin la magia ubicua que despierte un anhelo.
A veces un batir de alas revela su destello
Y la inocencia baña el día con su cáliz sagrado
Mas termina pronto y me deja en silencio.
En su trono agotado, rige terrible el tiempo;
La costumbre olvida el fulgor y se agota
Y la noche no prodiga su camino entre estrellas.
¿Dónde han quedado derrotados la esperanza y los sueños?
Sólo una voz moribunda susurra aquel recuerdo
Cuando todo era instante,
Cuando fuimos eternos.
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