El tiempo pasó. Las otras estancias se llenaron de sombra. El polvo se fue posando en los muebles, levantando cada mañana motas doradas entre un viento fresco. El olvido desplazó los recuerdos, las pequeñas victorias, las embestidas despiadadas de la realidad. El desencanto.
Así que al fin llegaron. se apoderaron de los dormitorios tristes y del salón, donde antes aleteaban las risas. El silencio tiene una dignidad extraña que el bullicio no conoce, mas en ocasiones hiela el corazón. Solo queda ya un rumoroso pestañeo de las cortinas blancas que agita el viento que anuncia los nuevos días y con rayos del sol lentos y suaves, donde viven ellos, en un lugar ya lejano, en una habitación vacía.
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