Eran alrededor de las ocho y el cielo se sumergía en una inmensa nube oscura que amasaba viento frío. Era apacible y triste. En uno de sus jirones, una luz rosada se apagaba. Ahora, que perdura en el hilo frágil de la memoria, quiero verla de nuevo. Recordar como disfrutar el momento. Saber que, pase lo que pase fuera, en este mundo ingrato, aún hay una luz que pervive, como llama que tiembla cuando en mí se pone el sol. Y ahí estoy, como Nacho y Antonio, en la ardiente oscuridad. Y siento paz.
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