El espíritu sopla donde quiere y los días pasan. Caminando de vuelta a casa, me acostumbro a vivir como si el tiempo se acabase y fuera a irme mañana. Qué sé yo donde. Quizá haya más primaveras y esa luz de nueva amanecida tras cada tormenta, la soledad en las calles y la amabilidad de los desconocidos.
Cuando volvía caminando, el velo de nubes se pintaba para un sol débil y el ruido de los coches se iba diluyendo en el atardecer temprano. Y mis nervios y mis piernas se preguntaban, como lo hago ahora antes de dormir, dónde estará la vida y si habrá en algún lugar un lago donde descansar de las dudas.
Dundalk se acurruca contra la noche como un gorrión cansado.
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