He tenido tiempo de desdoblarme, y ver mi rostro en otras vidas. He caminado hacia la populosa Esmirna entre mares de dunas, y sido un fugitivo entre las calles de Beijing. Pude oír las campanas de Bizancio y caminé hacia la coronación en Aquisgrán. Fui un hombre sin rostro y un mensajero me encomendó la muerte de una niña. Deambulé por Comala. Ascendí al abrazo al fresno Ygdrasil y escapé una noche sin luna de la prisión de If. Fui esclavo númida, y feriante con familias de erizos en mis manos frías y rugosas, llenas de alhajas para impresionar a otros mercaderes.
Cuantas maravillas me ha sido dado imaginar, y cuantas prisiones me acogieron en sus lóbregas fauces. No sé que dara mañana. Siento que la vida de las hojas me engaña con su arrullo taimado. Y sin embargo, al levantar la vista solo puedo ver rabia y mezquindad; desdichados tratando de extender su mancha a cualquiera que pasa a su lado. Contemplo seco los restos del naufragio de la inocencia perdida, y me hiere mi falta de luz. Y que más da. Bailemos un segundo, hasta que la vida nos venza, tarde o temprano.
No quiero timón en la deriva.
Dundalk me acoge en un rincón como un perro inofensivo y agradecido, trato de ignorar el ruido de la ansiedad que me envuelve cuando levanto la cabeza.
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