La lluvia golpea los cristales, incesante. Desde mi ventana veo los escombros de la labor y las luces parpadeando desde sus nidos, pero solo rompe el silencio el rumor cautivo de las gotas golpeando el cristal. Después caen lentamente en un reguero imposible de predecir.
Quizá sean así nuestras vidas. Quien nos hubiera dicho hace unos años que estaríamos donde estamos, que viviríamos el fragor de una epidemia, que aprenderíamos que la muerte no es una hipótesis lejana.Echamos a correr por nuestro propio surco sin saber donde nos estancaremos, que dirección tomará la vida en nosotros y cuanto queda para llegar al final donde el aluminio recoge lo que queda, como un efímero estanque de lágrimas. A veces, la luz traspasa su camino y lo hace brillar, como el de los más afortunados de nosotros. Otros continuarán su sorda pelea en las tinieblas y no habrá allí calma ni brillo. Y en esto, como en todo, nada importa. Vendrá otra tormenta y tapará nuestra huella.
Es la lluvia de ayer y la de mañana, porque los susurros de sus gotas me separan del fragor de hoy. Mientras miro su rítmico posarse frente a mi mano apoyada contra ellas desde el otro lado, su crepitar renace otra dicha y otra desdicha, otra penumbra y desde ella, una carne que despierta y busca. El tiempo es el único reino del que nadie desea escapar y también el más cruel, quizá por ello. Hay que buscar formas de oponerse a su fulguración constante en la llama que nos consume. Veo caer la lluvia y el instante se desgaja del antes y del luego, atándose a una cadena de sensaciones que va más allá de mi propia existencia. Es una sensación agradable, mientras el cielo se cierra tras el ocaso y la alborada parece una lejana citación del tribunal del futuro a comparecer ante la imponente figura de sus propias ruinas y sentarnos a esperar a que nos llamen, para lo que quizá se haya hecho ya tarde.
Las gotas brillan la luz de mi salón y sus figuras son tan proteicas como las de las nubes. Busco el fulgor de la luna contra un jirón de nubes y vuelvo a recoger en un hatillo mis sueños. El pasado aún corre por mis venas y en los fragmentos rotos del espejo interior una misteriosa luz, ¿por cuánto tiempo?, aún brilla, mientras el mar sigue esperando y su memoria infinita acoge la pausada marcha del río hacia su perpetuo y circular olvido.
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domingo, 26 de julio de 2020
miércoles, 22 de julio de 2020
La noche y el acero.22/07/20.
Me gusta la noche, como al personaje de Guy de Maupassant atrapado en ella y en el silencio del Sena. Como él, veo figuras que despiertan y se desvanecen en su cielo de plomo y la luz del pasado que ilumina los rincones desharrapados de hoy. A veces el futuro se asoma en divagaciones inconclusas, pero no es lo frecuente; el ángel de la historia mira hacia atrás aunque no sepa detenerse en su devenir vertiginoso. Siento piedad por los olvidados, aunque solo dura lo que tardo en darme cuenta de que pasará conmigo. Sí, ocurrirá muy pronto.
Pero nunca deja de ser hoy y disfruto el paseo al son de una música inaudible. El río nunca cesa y su rumor dorado por las luces de los edificios que lo acunan parte hacia el mañana antes de que la aurora llegue a nosotros. La brisa trae pequeñas briznas de lluvia y las nubes cambian para mostrar la permutación incesante, otro misterioso blasón del tiempo.
Pienso entre todos los edificios y sus reflejos de cristal y neón como me he habituado a vivir, como todos, entre abstracciones y ficciones. Suelen ser enriquecedoras, pero siempre ofrecen un perverso riesgo cálido y atractivo. Las ideas complejas de un pensador original de hace dos siglos se transforman en tres consignas incoherentes entre sí para atrapar a quien desea arder el mundo. Los airados verbos y las invectivas de un político antiguo que quizá tuvo un día aciago por una razón mundana persiguen las pisadas confusas de otro que siente angustia contra el cielo del porvenir. Y el horizonte se desvanece en nombre de la capacidad para ver lo que no existe, como Chagall pintaba ángeles azules entre los edificios.
Me pregunto si la incapacidad de ver lo que existe está relacionada con la capacidad de ver, sentir y pensar lo imaginario, y las formas que ese imaginario tiene en nuestro malestar. A lo lejos parpadea un semáforo y la grúa contra el azul metálico de la noche es un animal mitológico que duerme en su caverna de temblor y olvido, como todos nosotros.
Pero nunca deja de ser hoy y disfruto el paseo al son de una música inaudible. El río nunca cesa y su rumor dorado por las luces de los edificios que lo acunan parte hacia el mañana antes de que la aurora llegue a nosotros. La brisa trae pequeñas briznas de lluvia y las nubes cambian para mostrar la permutación incesante, otro misterioso blasón del tiempo.
Pienso entre todos los edificios y sus reflejos de cristal y neón como me he habituado a vivir, como todos, entre abstracciones y ficciones. Suelen ser enriquecedoras, pero siempre ofrecen un perverso riesgo cálido y atractivo. Las ideas complejas de un pensador original de hace dos siglos se transforman en tres consignas incoherentes entre sí para atrapar a quien desea arder el mundo. Los airados verbos y las invectivas de un político antiguo que quizá tuvo un día aciago por una razón mundana persiguen las pisadas confusas de otro que siente angustia contra el cielo del porvenir. Y el horizonte se desvanece en nombre de la capacidad para ver lo que no existe, como Chagall pintaba ángeles azules entre los edificios.
Me pregunto si la incapacidad de ver lo que existe está relacionada con la capacidad de ver, sentir y pensar lo imaginario, y las formas que ese imaginario tiene en nuestro malestar. A lo lejos parpadea un semáforo y la grúa contra el azul metálico de la noche es un animal mitológico que duerme en su caverna de temblor y olvido, como todos nosotros.
sábado, 18 de julio de 2020
El antagonista. 18 de Julio de 2020.
Ha sido una semana de cambios. Llega otra luz desde el domingo, pero siempre es distinta. Ahora estoy en Dublín, donde ahora yago y trato de ganarme el pan. Acudo con ganas y temor, con nostalgia e ilusión a la cita ante el tribunal de cada día.
Por qué el cambio nos vivifica, no lo sé con certeza:supongo que es un combinado de varios sentimientos. Si tuviera que decidir uno ahora que me apela más hondamente, diría que es la emoción ante la posibilidad de ser uno el protagonista de su propia historia. Parece fácil, pero no lo es. En la ficción (y bien dice Galdós que do quiera que vamos, llevamos con nosotros nuestra propia novela), la figura del antagonista refulge oscura. No se trata de quien centra la trama, pero a veces la agita y siempre acecha como una amenaza a su buen desarrollo y final. Resulta claro que si el antagonista contase su versión, él sería el protagonista y si vence, él es quien cuenta la historia y arroja a las sombras a su otro yo. Porque la lucha que libro, que libramos todos, creo, es interna. En todos hay una aurora y una carcajada siniestra ante el ocaso, cada uno es un redentor que yace crucificado y un victimario que planea la destrucción.
Que deseo hacer de mí, es simple, no quiero convertirme en mi propio antagonista. No deseo validarme a través de mis virtudes y medir a los demás por ellas, saber ver donde puedo dar para merecer recibir lo que me falta. Tener una relación saludable, creo que es la palabra, con los caballos salvajes del dinero, el estatus, la competencia; pueden llevarte a suntuosos palacios o desbocarse en un abismo del que no quedará noticia. En realidad, releo y el propio concepto de "validar" a una persona ya suena agresivo. Como dijo Cervantes, nadie es más que otro si no hace más que otro. Saber llegar a es punto y saber que hay que pagar un precio, eso es todo. Supongo que como en casi todo, el veneno está en la dosis. Deseo pelear para buscar el equilibrio que me de paz y me deje disfrutar la espuma cosquilleante de los días.
En la fabulosa novela "Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra", varios personajes repiten las palabras de David Copperfield, de Dickens, "¿Seré yo el protagonista de mi propia historia o, en cambio, este papel le estará reservado a otro?, estas páginas lo mostrarán".
Las páginas que vengan dirán si logro alcanzar quien deseo ser y, mal que bien, logro tomar las riendas de mi historia. El río corre festivo hacia la mar y nosotros somos ese río y aquel que se mira en su reflejo constante siempre y a la vez inmóvil.Las nubes circundan grúas y luces de construcción y el rumor de la vida se eriza con el viento como si nada estuviera aún perdido.
Por qué el cambio nos vivifica, no lo sé con certeza:supongo que es un combinado de varios sentimientos. Si tuviera que decidir uno ahora que me apela más hondamente, diría que es la emoción ante la posibilidad de ser uno el protagonista de su propia historia. Parece fácil, pero no lo es. En la ficción (y bien dice Galdós que do quiera que vamos, llevamos con nosotros nuestra propia novela), la figura del antagonista refulge oscura. No se trata de quien centra la trama, pero a veces la agita y siempre acecha como una amenaza a su buen desarrollo y final. Resulta claro que si el antagonista contase su versión, él sería el protagonista y si vence, él es quien cuenta la historia y arroja a las sombras a su otro yo. Porque la lucha que libro, que libramos todos, creo, es interna. En todos hay una aurora y una carcajada siniestra ante el ocaso, cada uno es un redentor que yace crucificado y un victimario que planea la destrucción.
Que deseo hacer de mí, es simple, no quiero convertirme en mi propio antagonista. No deseo validarme a través de mis virtudes y medir a los demás por ellas, saber ver donde puedo dar para merecer recibir lo que me falta. Tener una relación saludable, creo que es la palabra, con los caballos salvajes del dinero, el estatus, la competencia; pueden llevarte a suntuosos palacios o desbocarse en un abismo del que no quedará noticia. En realidad, releo y el propio concepto de "validar" a una persona ya suena agresivo. Como dijo Cervantes, nadie es más que otro si no hace más que otro. Saber llegar a es punto y saber que hay que pagar un precio, eso es todo. Supongo que como en casi todo, el veneno está en la dosis. Deseo pelear para buscar el equilibrio que me de paz y me deje disfrutar la espuma cosquilleante de los días.
En la fabulosa novela "Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra", varios personajes repiten las palabras de David Copperfield, de Dickens, "¿Seré yo el protagonista de mi propia historia o, en cambio, este papel le estará reservado a otro?, estas páginas lo mostrarán".
Las páginas que vengan dirán si logro alcanzar quien deseo ser y, mal que bien, logro tomar las riendas de mi historia. El río corre festivo hacia la mar y nosotros somos ese río y aquel que se mira en su reflejo constante siempre y a la vez inmóvil.Las nubes circundan grúas y luces de construcción y el rumor de la vida se eriza con el viento como si nada estuviera aún perdido.
miércoles, 8 de julio de 2020
El camarlengo y el secreto fulgor de las Pirámides. Ocho de julio.
Por razones históricas y excéntricas, siempre me fascinó el ritual de elección papal. Me resulta altivo y desdeñoso, un proceso antiguo que no debe servidumbres al espíritu de nuestro tiempo. Y, por supuesto, el hecho de que sea relativamente inocuo me permite disfrutarlo con el plácido cosquilleo de la culpa frívola.
De aquellas viejas liturgias, me enamoré del nombre Camarlengo y más aún de sus funciones. El Papa, el último emperador con vocación universal, recibe un anillo de poder, nada menos, el anillo del pescador, hilo finísimo que lo enlaza con milenios de historia humana. Es tentador pensar como contempla simbólicamente el mundo el sucesor de tal estructura de poder, un relámpago que ilumina la llanura y da fulgor a la figura más seductora y temible, las pirámides de jerarquía. Desde arriba, las figuras parecen mínimas y agitadas por un viento que les empuja aún más bajo, como advirtiendo a quienes están en un escalón superior no ofrecer la mano sin esperar castigo. Desde abajo, la luz de la cima perfila las figuras con un brillo majestuoso y perverso, realzando y fortaleciendo sus figuras. Y esto lo pueden ver todos los que no tienen más imaginación que la que alza el miedo y ven lo que no existe para ser ciegos con lo que hay de verdad, como decía Pessoa que los que ven el Tajo ven América y sus riquezas mientras que los que ven el modesto río de su pueblo solo ven sus orillas y por eso es más bello.
Me distraigo. Incluso el poder más inefable y temible declina para seguir construyendo su abstracción sobre los restos de sus servidores caídos. La enfermedad de la importancia devora como una pasión oscura y te enterrarán con ella. El camarlengo llama por su nombre al Papa muerto tres veces y después recoge su anillo del pescador para romperlo. De sus restos se construirá otro para poder y gloria de la organización que domina y la carne se pudre para que la jerarquía siga resplandeciendo en las mentes de quienes quieren pertenecer a algo más grande que ellos mismos para lograr alcanzar lo que por ellos mismos nunca creen que podrían.
Dundalk ha visto a muchos caer y aconseja a sus ahijados que no confíen en la convención para evitar mirarse a sí mismos. Llueve con persistencia y la piedra del puente antiguo resplandece con la luz mortecina de la tarde en otro fulgor en el que nadie parece reparar.
De aquellas viejas liturgias, me enamoré del nombre Camarlengo y más aún de sus funciones. El Papa, el último emperador con vocación universal, recibe un anillo de poder, nada menos, el anillo del pescador, hilo finísimo que lo enlaza con milenios de historia humana. Es tentador pensar como contempla simbólicamente el mundo el sucesor de tal estructura de poder, un relámpago que ilumina la llanura y da fulgor a la figura más seductora y temible, las pirámides de jerarquía. Desde arriba, las figuras parecen mínimas y agitadas por un viento que les empuja aún más bajo, como advirtiendo a quienes están en un escalón superior no ofrecer la mano sin esperar castigo. Desde abajo, la luz de la cima perfila las figuras con un brillo majestuoso y perverso, realzando y fortaleciendo sus figuras. Y esto lo pueden ver todos los que no tienen más imaginación que la que alza el miedo y ven lo que no existe para ser ciegos con lo que hay de verdad, como decía Pessoa que los que ven el Tajo ven América y sus riquezas mientras que los que ven el modesto río de su pueblo solo ven sus orillas y por eso es más bello.
Me distraigo. Incluso el poder más inefable y temible declina para seguir construyendo su abstracción sobre los restos de sus servidores caídos. La enfermedad de la importancia devora como una pasión oscura y te enterrarán con ella. El camarlengo llama por su nombre al Papa muerto tres veces y después recoge su anillo del pescador para romperlo. De sus restos se construirá otro para poder y gloria de la organización que domina y la carne se pudre para que la jerarquía siga resplandeciendo en las mentes de quienes quieren pertenecer a algo más grande que ellos mismos para lograr alcanzar lo que por ellos mismos nunca creen que podrían.
Dundalk ha visto a muchos caer y aconseja a sus ahijados que no confíen en la convención para evitar mirarse a sí mismos. Llueve con persistencia y la piedra del puente antiguo resplandece con la luz mortecina de la tarde en otro fulgor en el que nadie parece reparar.
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