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miércoles, 22 de julio de 2020

La noche y el acero.22/07/20.

Me gusta la noche, como al personaje de Guy de Maupassant atrapado en ella y en el silencio del Sena. Como él, veo figuras que despiertan y se desvanecen en su cielo de plomo y la luz del pasado que ilumina los rincones desharrapados de hoy. A veces el futuro se asoma en divagaciones inconclusas, pero no es lo frecuente; el ángel de la historia mira hacia atrás aunque no sepa detenerse en su devenir vertiginoso. Siento piedad por los olvidados, aunque solo dura lo que tardo en darme cuenta de que pasará conmigo. Sí, ocurrirá muy pronto.

Pero nunca deja de ser hoy y disfruto el paseo al son de una música inaudible. El río nunca cesa y su rumor dorado por las luces de los edificios que lo acunan parte hacia el mañana antes de que la aurora  llegue a nosotros. La brisa trae pequeñas briznas de lluvia y las nubes cambian para mostrar la permutación incesante, otro misterioso blasón del tiempo.

Pienso entre todos los edificios y sus reflejos de cristal y neón como me he habituado a vivir, como todos, entre abstracciones y ficciones. Suelen ser enriquecedoras, pero siempre ofrecen un perverso riesgo cálido y atractivo. Las ideas complejas de un pensador original de hace dos siglos se transforman en tres consignas incoherentes entre sí para atrapar a quien desea arder el mundo. Los airados verbos y las invectivas de un político antiguo que quizá tuvo un día aciago por una razón mundana persiguen las pisadas confusas de otro que siente angustia contra el cielo del porvenir. Y el horizonte se desvanece en nombre de la capacidad para ver lo que no existe, como Chagall pintaba ángeles azules entre los edificios.

Me pregunto si la incapacidad de ver lo que existe está relacionada con la capacidad de ver, sentir y pensar lo imaginario, y las formas que ese imaginario tiene en nuestro malestar. A lo lejos parpadea un semáforo y la grúa contra el azul metálico de la noche es un animal mitológico que duerme en su caverna de temblor y olvido, como todos nosotros.

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