La lluvia golpea los cristales, incesante. Desde mi ventana veo los escombros de la labor y las luces parpadeando desde sus nidos, pero solo rompe el silencio el rumor cautivo de las gotas golpeando el cristal. Después caen lentamente en un reguero imposible de predecir.
Quizá sean así nuestras vidas. Quien nos hubiera dicho hace unos años que estaríamos donde estamos, que viviríamos el fragor de una epidemia, que aprenderíamos que la muerte no es una hipótesis lejana.Echamos a correr por nuestro propio surco sin saber donde nos estancaremos, que dirección tomará la vida en nosotros y cuanto queda para llegar al final donde el aluminio recoge lo que queda, como un efímero estanque de lágrimas. A veces, la luz traspasa su camino y lo hace brillar, como el de los más afortunados de nosotros. Otros continuarán su sorda pelea en las tinieblas y no habrá allí calma ni brillo. Y en esto, como en todo, nada importa. Vendrá otra tormenta y tapará nuestra huella.
Es la lluvia de ayer y la de mañana, porque los susurros de sus gotas me separan del fragor de hoy. Mientras miro su rítmico posarse frente a mi mano apoyada contra ellas desde el otro lado, su crepitar renace otra dicha y otra desdicha, otra penumbra y desde ella, una carne que despierta y busca. El tiempo es el único reino del que nadie desea escapar y también el más cruel, quizá por ello. Hay que buscar formas de oponerse a su fulguración constante en la llama que nos consume. Veo caer la lluvia y el instante se desgaja del antes y del luego, atándose a una cadena de sensaciones que va más allá de mi propia existencia. Es una sensación agradable, mientras el cielo se cierra tras el ocaso y la alborada parece una lejana citación del tribunal del futuro a comparecer ante la imponente figura de sus propias ruinas y sentarnos a esperar a que nos llamen, para lo que quizá se haya hecho ya tarde.
Las gotas brillan la luz de mi salón y sus figuras son tan proteicas como las de las nubes. Busco el fulgor de la luna contra un jirón de nubes y vuelvo a recoger en un hatillo mis sueños. El pasado aún corre por mis venas y en los fragmentos rotos del espejo interior una misteriosa luz, ¿por cuánto tiempo?, aún brilla, mientras el mar sigue esperando y su memoria infinita acoge la pausada marcha del río hacia su perpetuo y circular olvido.
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