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jueves, 29 de julio de 2021

Exiliado del lenguaje. 29 de julio.

 Hay días que son una pelea sorda bajo la tierra, como un festival de luces invisibles. Días que son un Tribunal del Hoy que ni acepta ningún pasado ni reconoce un futuro. Días de acoso, de hastío íntimo contra el orden de un mundo que rigen la amargura y la mentira. No queda sino batirse. Tratar de enfrentar a esos desastres sin prestar atención a lo que no alimenta. Por ejemplo, estos días he sentido que la multitud ejerce un impulso de validación sobre los actos del individuo para que éste agache la cerviz y asuma su sumisión para sumarse a la masa. Fácil de saber, difícil de lidiar. En unas pocas décadas masa e individuos estarán muertos y olvidados, ¿Por qué jugarse el pellejo por un zumbido ansioso que no va a callar? Supongo que es el precio a pagar por evitar el silencio, que crea fantasmas.

De este tiempo de silencio queda el lenguaje, como una isla aún emergente de entre el resto de la mar helada. Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo y sus fallas caen entre las grietas de la nada. Parece que vivimos en un mundo donde las palabras ya no pesan ni dan color. La gran Idea avanza sin su necesidad, difuminándolas. Trato de ser cuidadoso con ellas y respetar sus reinos; no deseo ser de los que presumen de varios idiomas y los maltratan todos. Y no hay nada de lo que presumir, en mi caso. Avanzo por lo que quiero decir por un camino fatigoso, buscando la pauta en la que se reúnen la expresión y el entendimiento con claridad, como la aurora. Pero, ay, a veces es entregar el caudal de un pasado fructífero por una calderilla útil. Y perdiendo el lenguaje, siento que voy perdiendo la importancia de las cosas. Se difuminan en un color amable y que no dice nada.

Es la vida, supongo. Es el hoy. El devenir inestable que necesita perfecta ductilidad, movilidad, intercambio, reciclaje...porque nada importa mucho, es de usar y tirar y hay más de lo que podemos consumir. Nunca fue tan hermosa, tan brillante y exaltada la basura. Los subproductos que dejan son para los que ya no saben adaptarse, moldearse a los nuevos paradigmas, fingir. La angustia campa a sus anchas, los infelices tratan de cometer maldades y los fuertes imponen su pasión brutal sin pararse en nimiedades. En ese hora rojiza que anuncia el amanecer, siento despertarme otro día exiliado del lenguaje, uno que voy perdiendo cada día. No se trata del español o el inglés, no más ya. Es el lenguaje de la verdad, la justicia, la belleza. Mezclando y moliendo todas las palabras en ellos, le realidad se volvió una trinchera. Y la guerra espera, no muy lejana.

La ciudad soporta abrumada la tarde, contra un viento con filo y el brillo apagado de un sol al que no le importamos.

sábado, 24 de julio de 2021

Un verano en una vida. 24/07/21.

Un coche surca un paisaje pedregoso. El calor es sofocante, ese que hace que las bocas se resequen. El creador del Mundo está fuera de él y quizá pudiera ser más amable con sus criaturas. Ha decidido no hacerlo y seguir su propia justicia que enmadejará o desmadejará el juego a su antojo.

Un coche negro avanza, decíamos. El país podría ser Argelia. Quizá sea uno que no existe en el mismo mundo en el que habitamos nosotros. Los seres y sus vicisitudes se agitan en la conexión del señor de su destino y los ojos ávidos del joven que lee en su habitación, en un rito nocturno y amado, descubrir otros mundos, otras voces, otros mundos invisibles que moran en éste. Durante el día se le fue concedido gozar de los dones pródigos del verano. Escaló en su bici cuestas suaves alrededor de las cuales amarilleaban rastrojos. Se zambulló en una poza que no muchos conocen. ‘Como la noche conoce a las estrellas’ leyó ayer, y ese verso ha resonado en su cabeza ahora, sin saber bien por qué, aunque, lector, tú y yo lo sabemos: él es otra criatura y el dueño de su historia ha decidido su recuerdo. Ha estado jugando la partida en el bar del pueblo y se ha sentido parte de su gente, trasegando unas cañas. Es un sentimiento cálido sentirse parte de algo superior a uno mismo. Volvió tranquilamente a casa, sintiendo el aroma de la noche suave. ¡Verano! Que hermoso sentir el frescor del agua, la calma de la amistad, un tiempo tan lento y preñado de gratitud que parece recobrado.

El joven cierra la puerta con cuidado para no despertar a su familia. En las estanterías le esperan hechizos y a él le gustaría apurarlos todos. Ha sentido el fragor de la caza entre las paredes de una abadía entre las montañas. Agosto refresca el rostro, dicen los viejos y entre el canto de los grillos de cuando en cuando, ha refrescado su mente con razonamientos enrevesados que disimulan la lucha por el dominio. Años más tarde, aprenderá que casi todas las desgracias provienen de no hablar claro. Ha acompañado a familias huyendo de las tierras atormentadas para que su nombre no se perdiese, con el ácido sabor de la ira y la angustia como uvas perdidas en la viña. Ha surcado un río febril en busca de la definición del mal y el horror, si tal cosa es posible. Sentirá, cuando le llegue el momento, que tal cosa es un afán insensato; quizá sea porque recuerde la sensación de arena escapando entre sus dedos tras golpear el rostro de la oscuridad, al final del río. Ha acompañado a un centinela, día tras día, tras su muralla, esperando a los tártaros, pues ese es su deber. Y los mundos antiguos y los que vendrán, y los personajes que parecen ser suyos, así los autores le han dejado penetrar en su pensamiento y lo que sienten. El terror, el romance, la rabia, la esperanza, la sonrisa. Todo ello navega entre la brisa de las palabras que tiene la suerte de compartir. Leerá el Don Quijote y a Borges algún día e intuirá el juego de espejos de la literatura, imitando al de la vida, que suele ser ambigua en su acecho de lo real. Es otro. Es muchos otros. Le maravilla que sea así.

El joven siente que sus ojos van cerrándose dulcemente, después de una aventura en torno al cabo de nueva esperanza. Ha merecido la pena, como siempre, se dice. Bebe un vaso de agua y se felicita de su fortuna, la de todos aquellos que pueden vivir un verano así. El mejor verano.

No sabemos su nombre: yo podría crearlo. Tampoco que le deparará el futuro, los gozos y los pesares que la vida irá repartiendo por su camino, como hace con todos. Hemos decidido que toda esa parte deba quedar sumida en la oscuridad, y le deseamos lo mejor en ella. Estará libre de mí, para siempre, cuando publique este relato. Quizá haya otro jugador que mueve la pieza que soy, también, quién sabe. Mientras la noche se apodera de ese mundo distinto que se parece al nuestro, todos los sueños, los seres, el cielo y el subterráneo se van plegando para sólo nacer de nuevo en el momento en que tú lo convocas con tus ojos y tu mente, cuando yo ya soy una sombra inútil para ello, conectando en un punto del tiempo y del espacio que no debería estar, pero que tú y yo juntos hemos conjurado; la magia incesante y fresca de los recuerdos de un verano que pudo ser muchos.



martes, 20 de julio de 2021

'Así debe de ser'. 20 de julio.

'Así debe de ser', decía mi abuela, con esa preposición incorrecta y llena de sentido, un énfasis liberador y luminoso sobre la conversación. Las coletillas definen un poco de nosotros, como todo. Mi recuerdo es su mirada tranquila, un poco hacia dentro, cuando algo la sorprendía o decepcionaba (un poco, creo que a cierta edad ya no quedan más desengaños). Admiro, lo haré siempre, esa tranquilidad hacia la indiferencia del mundo. Quizá cuando seamos mayores, si llegamos, sepamos adquirirla. Quizá forma parte de un pasado que nació de otro más antiguo y ya no puede volver.

Siento hastío con frecuencia y la frustración me arrebata momentos. Siento que mi hoy contradice mi ayer y las pisadas en la arena solo quedan si traen recuerdos agridulces. Espero con cierta amargura que el mundo ilumine lo que me debe, para que todos lo vean. Esa puerilidad, buscar la validación de lo que mira de fuera sobre lo que ilumina dentro, es venenosa y atractiva. Temo que aprender de nuevo conlleve la destrucción de un mundo. No tengo ya fuerzas para ello.

Por eso, esa forma de sentir y pensar, de aceptar lo que nos amenaza en el lugar donde podemos reinar o ser sombras, me parece mejor. Da serenidad, y la serenidad no vive de la destrucción que acompaña lo espurio. Sí, el mundo, la vida, son indiferentes, pero puedo tratar de aceptar la bendición de lo que permanece en silencio y vivir la esperanza. En la suerte, el afecto, la salud, la plenitud, la llegada a buen puerto. Y si la inocencia acompaña, saber que no hay nada que pueda hacernos caer, salvo nuestros propios pensamientos que nacen del pozo oscuro que hay que tratar de iluminar con sol, conocer y no celebrar. Así debe de ser, supongo. Breves momentos que la luz que agoniza aún sabe mostrar.

Ella fue dura en un tiempo en el que solo podía serlo una y dulce con la vida cuando todo fue más fácil. Nunca tiraba la comida y se asombraba de los cambios. Sufrió heridas profundas que no legó a nadie y que yo solo supe cuando la enfermedad fue arrebatándole otras capas de memoria. Dejó un mundo que la había puesto a prueba sin temor ni ira. Un día de otoño, cuando yo estaba lejos, cayo dulcemente sobre las hojas secas esperando que sobre ella brille la luz eterna.

Cae otra noche más en un mundo crispado. La angustia, el miedo, el rencor parecen todo lo que existe. Pero hay otros rumores, otra verdad y otro destino. Lo susurra la noche, el rumor del mar, el vuelo de aves y la espuma de las olas, llevando su fuerza hasta la orilla más lejana, extenuadas y persistentes en dejar un beso en la arena que se perderá muy pronto. Así debe de ser, y nosotros vamos con ellas, pensamientos abstractos que niegan lo que perciben mientras el cielo calla.

miércoles, 14 de julio de 2021

La regla del juego. 14/07

 Un hombre de ingenio, en un lugar que el autor no conoce, seca su cerebro soñando aventuras y decide que puede hacerlas reales. Su nombre no se sabe bien tampoco; se sabe que convence a otro aldeano que tiene sus propios anhelos: dejar de deslomarse en el campo. No lo sabemos del todo. La historia que refiere esta aventuras es una interpretación de un texto árabe escrito en caracteres latinos (aljamiado). Los personajes ven realidades distintas, el autor no acaba de comprenderlas y el lector oscila entre ambas mientras las aventuras continúan. Hay quienes se burlan y quienes se burlan de los que se burlan. Hay un viaje a Zaragoza que el autor niega, por una vez convencido, Don Quijote irá a Barcelona. En su camino, sabe que otros ya lo conocen, por las aventuras referidas por el autor años antes.  Consiguen algunos de sus objetivos, avistan lo sobrenatural, se desconciertan con el entusiasmo de otros que aparentan percibir lo que ellos no pueden, se desengañan y se ilusionan. Pasan su vida tratando de aprehender la realidad en una sala de espejos que reflejan otros espejos. Se asombran y se desesperan.

El quijote es un clásico que recoge ciertas modas de su siglo, su lenguaje es hoy arduo, impone con su estatura reverencial...pero es menos y más que todo eso. Es un juego. Las novelas son un juego, el arte es un juego que imitan el juego breve y esquivo de la vida. La realidad cambia, se tuerce y rebota, salta y se expande o encoge. Casi nunca la tenemos entera, a pesar de que la verdad es la vida misma. Creo que por eso casi nunca nos sentimos plenos. Entender la complejidad del mundo requiere un escenario. El arte ofrece esas tentativas de respuesta en trampantojos, juegos visuales y verbales, el uso del arma más vital, la ironía, la caricia al espectador confuso en un mundo donde hay quienes tratan de camuflar la verdad en un vacío que agota al que lo prueba.

Siempre he sentido esa constante del juego, lo efímero, lo que pasa, en la vida. Para bien y para mal, esa condición equívoca de lo que es preciso y lo que es real pueden ser solo la regla del juego, y vivir sería aprender esas reglas mientras jugamos y el tiempo se va acabando. Sea como fuere, no importa demasiado. Escribo bajo el río canciones para las palomas que surcan cielos de fuego y me transporto a un desierto que esconde una ciudad perdida, sintiendo las arrugas, las canas y la tristeza solo la casilla que hoy toca mientras los magos perversos ocultan su nada en ropajes siniestros y tiran los dados. El juego, como el del ajedrez, al que responde y amplia, es infinito.



domingo, 4 de julio de 2021

La esperanza, la sed y la ausencia de necesidad de optimismo. Cuatro de Julio

Uno de los rasgos  más difíciles de vivir de la época es la ausencia de esperanza; más aún: la aparente ausencia de su necesidad. Los rasgos, sistemas, ideas y teorías que aspiraban a elevar al ser humano se ven con sospecha y cinismo. Pero la esperanza debiera ser el martillo que quebrase el espejo frontal de un yo invasivo, inconsecuente, abrasador. Debiera ser el agua fría y amable que apagase el incendio de ira que nos consume, el sorbo que alivia la sed de sentido y mañana. Eso es lo que creo.

Hoy triunfa el rencor, la ansiedad, lo que arrebata al hombre de su ideal en nombre de una culpa ubicua. Las historias escabrosas, la caída de los que una vez fueron respetados, el vacío. A esa oscuridad donde nos aprisionamos (y que fácil podría ser liberarse: bastaría saber amar y aprender a decir 'Yo no') se le opone la blandura pegajosa de la positividad, el optimismo, la búsqueda de una mentira confortable que nos haga olvidar por un rato. Pero la mentira nunca funciona, porque no sirve para funcionar; sirve para cegar. Debajo de todos los mensajes de optimismo que llamean un segundo para consumirse en una negrura más intensa aún, yace una corriente lenta que se mueve implacable, construida de ira, odio y amargura. Está quebrando la sociedad y la vida en nombre del gozo de su destrucción para construir un mundo en el que la verdad y la esperanza se arrinconan mientras la fragilidad de los mensajes positivos crea esclavos sonrientes que no esperan nada mas que un poco en su plato la próxima hora y experiencias que no dejan poso, solo ilusiones.

No sé muy bien qué se puede hacer, pero tengo esperanza, el sueño de los que están despiertos. La esperanza y la verdad son el aire que necesitamos para respirar, son la vida misma. Rechazo tener que asumir siempre el punto de vista de los que crean situaciones por las que nunca deben responder y en el realismo, mezcla de enfado, frustración, arrojo y bravura, echo de mi lado al optimismo para abrigar (que hermosa expresión) la esperanza. Porque en cada ser humano hay un misterio que no se puede atacar sin arrancar un alma y alentar el fuego de ese misterio puede dar un sentido, difícil, áspero, pero merecedor de nuestra pelea. Lo demás parece una imposición arbitraria de los muchos poderes que pugnan por gobernarnos para tener, aparte de nuestra obediencia, nuestra sonrisa débil. 

La tarde comienza a levantarse después de una lluvia intensa aquí. El algodón de las nubes brilla con cierta dulzura intensa contra una luz escondida pero que derrama formas y colores en su don siempre inadvertido. La esperanza también puede ser eso, me digo, una forma de saber que hay otras iluminaciones que uno puede aprender a ver aunque su foco nos esté vedado. Que no haya que girar la cara a las gotas sucias de la realidad ni fingir que no están; que no haya que caer en el orgullo del frustrado, la sonrisa triste del vencido ni la mueca desdeñosa del temeroso; tan solo saber que más allá de la realidad, aquel cristal empañado y con marcas de suciedad, puede existir una limpieza aún más alta. El viento agita las macetas y el tiempo corre contra mi ventana, jugando con un futuro difícil, que exigirá valentía y en el que vendrá algo mejor.