'Así debe de ser', decía mi abuela, con esa preposición incorrecta y llena de sentido, un énfasis liberador y luminoso sobre la conversación. Las coletillas definen un poco de nosotros, como todo. Mi recuerdo es su mirada tranquila, un poco hacia dentro, cuando algo la sorprendía o decepcionaba (un poco, creo que a cierta edad ya no quedan más desengaños). Admiro, lo haré siempre, esa tranquilidad hacia la indiferencia del mundo. Quizá cuando seamos mayores, si llegamos, sepamos adquirirla. Quizá forma parte de un pasado que nació de otro más antiguo y ya no puede volver.
Siento hastío con frecuencia y la frustración me arrebata momentos. Siento que mi hoy contradice mi ayer y las pisadas en la arena solo quedan si traen recuerdos agridulces. Espero con cierta amargura que el mundo ilumine lo que me debe, para que todos lo vean. Esa puerilidad, buscar la validación de lo que mira de fuera sobre lo que ilumina dentro, es venenosa y atractiva. Temo que aprender de nuevo conlleve la destrucción de un mundo. No tengo ya fuerzas para ello.
Por eso, esa forma de sentir y pensar, de aceptar lo que nos amenaza en el lugar donde podemos reinar o ser sombras, me parece mejor. Da serenidad, y la serenidad no vive de la destrucción que acompaña lo espurio. Sí, el mundo, la vida, son indiferentes, pero puedo tratar de aceptar la bendición de lo que permanece en silencio y vivir la esperanza. En la suerte, el afecto, la salud, la plenitud, la llegada a buen puerto. Y si la inocencia acompaña, saber que no hay nada que pueda hacernos caer, salvo nuestros propios pensamientos que nacen del pozo oscuro que hay que tratar de iluminar con sol, conocer y no celebrar. Así debe de ser, supongo. Breves momentos que la luz que agoniza aún sabe mostrar.
Ella fue dura en un tiempo en el que solo podía serlo una y dulce con la vida cuando todo fue más fácil. Nunca tiraba la comida y se asombraba de los cambios. Sufrió heridas profundas que no legó a nadie y que yo solo supe cuando la enfermedad fue arrebatándole otras capas de memoria. Dejó un mundo que la había puesto a prueba sin temor ni ira. Un día de otoño, cuando yo estaba lejos, cayo dulcemente sobre las hojas secas esperando que sobre ella brille la luz eterna.
Cae otra noche más en un mundo crispado. La angustia, el miedo, el rencor parecen todo lo que existe. Pero hay otros rumores, otra verdad y otro destino. Lo susurra la noche, el rumor del mar, el vuelo de aves y la espuma de las olas, llevando su fuerza hasta la orilla más lejana, extenuadas y persistentes en dejar un beso en la arena que se perderá muy pronto. Así debe de ser, y nosotros vamos con ellas, pensamientos abstractos que niegan lo que perciben mientras el cielo calla.
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