Uno de los rasgos más difíciles de vivir de la época es la ausencia de esperanza; más aún: la aparente ausencia de su necesidad. Los rasgos, sistemas, ideas y teorías que aspiraban a elevar al ser humano se ven con sospecha y cinismo. Pero la esperanza debiera ser el martillo que quebrase el espejo frontal de un yo invasivo, inconsecuente, abrasador. Debiera ser el agua fría y amable que apagase el incendio de ira que nos consume, el sorbo que alivia la sed de sentido y mañana. Eso es lo que creo.
Hoy triunfa el rencor, la ansiedad, lo que arrebata al hombre de su ideal en nombre de una culpa ubicua. Las historias escabrosas, la caída de los que una vez fueron respetados, el vacío. A esa oscuridad donde nos aprisionamos (y que fácil podría ser liberarse: bastaría saber amar y aprender a decir 'Yo no') se le opone la blandura pegajosa de la positividad, el optimismo, la búsqueda de una mentira confortable que nos haga olvidar por un rato. Pero la mentira nunca funciona, porque no sirve para funcionar; sirve para cegar. Debajo de todos los mensajes de optimismo que llamean un segundo para consumirse en una negrura más intensa aún, yace una corriente lenta que se mueve implacable, construida de ira, odio y amargura. Está quebrando la sociedad y la vida en nombre del gozo de su destrucción para construir un mundo en el que la verdad y la esperanza se arrinconan mientras la fragilidad de los mensajes positivos crea esclavos sonrientes que no esperan nada mas que un poco en su plato la próxima hora y experiencias que no dejan poso, solo ilusiones.
No sé muy bien qué se puede hacer, pero tengo esperanza, el sueño de los que están despiertos. La esperanza y la verdad son el aire que necesitamos para respirar, son la vida misma. Rechazo tener que asumir siempre el punto de vista de los que crean situaciones por las que nunca deben responder y en el realismo, mezcla de enfado, frustración, arrojo y bravura, echo de mi lado al optimismo para abrigar (que hermosa expresión) la esperanza. Porque en cada ser humano hay un misterio que no se puede atacar sin arrancar un alma y alentar el fuego de ese misterio puede dar un sentido, difícil, áspero, pero merecedor de nuestra pelea. Lo demás parece una imposición arbitraria de los muchos poderes que pugnan por gobernarnos para tener, aparte de nuestra obediencia, nuestra sonrisa débil.
La tarde comienza a levantarse después de una lluvia intensa aquí. El algodón de las nubes brilla con cierta dulzura intensa contra una luz escondida pero que derrama formas y colores en su don siempre inadvertido. La esperanza también puede ser eso, me digo, una forma de saber que hay otras iluminaciones que uno puede aprender a ver aunque su foco nos esté vedado. Que no haya que girar la cara a las gotas sucias de la realidad ni fingir que no están; que no haya que caer en el orgullo del frustrado, la sonrisa triste del vencido ni la mueca desdeñosa del temeroso; tan solo saber que más allá de la realidad, aquel cristal empañado y con marcas de suciedad, puede existir una limpieza aún más alta. El viento agita las macetas y el tiempo corre contra mi ventana, jugando con un futuro difícil, que exigirá valentía y en el que vendrá algo mejor.
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