Un coche surca un paisaje pedregoso. El calor es sofocante, ese que hace que las bocas se resequen. El creador del Mundo está fuera de él y quizá pudiera ser más amable con sus criaturas. Ha decidido no hacerlo y seguir su propia justicia que enmadejará o desmadejará el juego a su antojo.
Un coche negro avanza, decíamos. El país podría ser Argelia. Quizá sea uno que no existe en el mismo mundo en el que habitamos nosotros. Los seres y sus vicisitudes se agitan en la conexión del señor de su destino y los ojos ávidos del joven que lee en su habitación, en un rito nocturno y amado, descubrir otros mundos, otras voces, otros mundos invisibles que moran en éste. Durante el día se le fue concedido gozar de los dones pródigos del verano. Escaló en su bici cuestas suaves alrededor de las cuales amarilleaban rastrojos. Se zambulló en una poza que no muchos conocen. ‘Como la noche conoce a las estrellas’ leyó ayer, y ese verso ha resonado en su cabeza ahora, sin saber bien por qué, aunque, lector, tú y yo lo sabemos: él es otra criatura y el dueño de su historia ha decidido su recuerdo. Ha estado jugando la partida en el bar del pueblo y se ha sentido parte de su gente, trasegando unas cañas. Es un sentimiento cálido sentirse parte de algo superior a uno mismo. Volvió tranquilamente a casa, sintiendo el aroma de la noche suave. ¡Verano! Que hermoso sentir el frescor del agua, la calma de la amistad, un tiempo tan lento y preñado de gratitud que parece recobrado.
El joven cierra la puerta con cuidado para no despertar a su familia. En las estanterías le esperan hechizos y a él le gustaría apurarlos todos. Ha sentido el fragor de la caza entre las paredes de una abadía entre las montañas. Agosto refresca el rostro, dicen los viejos y entre el canto de los grillos de cuando en cuando, ha refrescado su mente con razonamientos enrevesados que disimulan la lucha por el dominio. Años más tarde, aprenderá que casi todas las desgracias provienen de no hablar claro. Ha acompañado a familias huyendo de las tierras atormentadas para que su nombre no se perdiese, con el ácido sabor de la ira y la angustia como uvas perdidas en la viña. Ha surcado un río febril en busca de la definición del mal y el horror, si tal cosa es posible. Sentirá, cuando le llegue el momento, que tal cosa es un afán insensato; quizá sea porque recuerde la sensación de arena escapando entre sus dedos tras golpear el rostro de la oscuridad, al final del río. Ha acompañado a un centinela, día tras día, tras su muralla, esperando a los tártaros, pues ese es su deber. Y los mundos antiguos y los que vendrán, y los personajes que parecen ser suyos, así los autores le han dejado penetrar en su pensamiento y lo que sienten. El terror, el romance, la rabia, la esperanza, la sonrisa. Todo ello navega entre la brisa de las palabras que tiene la suerte de compartir. Leerá el Don Quijote y a Borges algún día e intuirá el juego de espejos de la literatura, imitando al de la vida, que suele ser ambigua en su acecho de lo real. Es otro. Es muchos otros. Le maravilla que sea así.
El joven siente que sus ojos van cerrándose dulcemente, después de una aventura en torno al cabo de nueva esperanza. Ha merecido la pena, como siempre, se dice. Bebe un vaso de agua y se felicita de su fortuna, la de todos aquellos que pueden vivir un verano así. El mejor verano.
No sabemos su nombre: yo podría crearlo. Tampoco que le deparará el futuro, los gozos y los pesares que la vida irá repartiendo por su camino, como hace con todos. Hemos decidido que toda esa parte deba quedar sumida en la oscuridad, y le deseamos lo mejor en ella. Estará libre de mí, para siempre, cuando publique este relato. Quizá haya otro jugador que mueve la pieza que soy, también, quién sabe. Mientras la noche se apodera de ese mundo distinto que se parece al nuestro, todos los sueños, los seres, el cielo y el subterráneo se van plegando para sólo nacer de nuevo en el momento en que tú lo convocas con tus ojos y tu mente, cuando yo ya soy una sombra inútil para ello, conectando en un punto del tiempo y del espacio que no debería estar, pero que tú y yo juntos hemos conjurado; la magia incesante y fresca de los recuerdos de un verano que pudo ser muchos.
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