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miércoles, 14 de julio de 2021

La regla del juego. 14/07

 Un hombre de ingenio, en un lugar que el autor no conoce, seca su cerebro soñando aventuras y decide que puede hacerlas reales. Su nombre no se sabe bien tampoco; se sabe que convence a otro aldeano que tiene sus propios anhelos: dejar de deslomarse en el campo. No lo sabemos del todo. La historia que refiere esta aventuras es una interpretación de un texto árabe escrito en caracteres latinos (aljamiado). Los personajes ven realidades distintas, el autor no acaba de comprenderlas y el lector oscila entre ambas mientras las aventuras continúan. Hay quienes se burlan y quienes se burlan de los que se burlan. Hay un viaje a Zaragoza que el autor niega, por una vez convencido, Don Quijote irá a Barcelona. En su camino, sabe que otros ya lo conocen, por las aventuras referidas por el autor años antes.  Consiguen algunos de sus objetivos, avistan lo sobrenatural, se desconciertan con el entusiasmo de otros que aparentan percibir lo que ellos no pueden, se desengañan y se ilusionan. Pasan su vida tratando de aprehender la realidad en una sala de espejos que reflejan otros espejos. Se asombran y se desesperan.

El quijote es un clásico que recoge ciertas modas de su siglo, su lenguaje es hoy arduo, impone con su estatura reverencial...pero es menos y más que todo eso. Es un juego. Las novelas son un juego, el arte es un juego que imitan el juego breve y esquivo de la vida. La realidad cambia, se tuerce y rebota, salta y se expande o encoge. Casi nunca la tenemos entera, a pesar de que la verdad es la vida misma. Creo que por eso casi nunca nos sentimos plenos. Entender la complejidad del mundo requiere un escenario. El arte ofrece esas tentativas de respuesta en trampantojos, juegos visuales y verbales, el uso del arma más vital, la ironía, la caricia al espectador confuso en un mundo donde hay quienes tratan de camuflar la verdad en un vacío que agota al que lo prueba.

Siempre he sentido esa constante del juego, lo efímero, lo que pasa, en la vida. Para bien y para mal, esa condición equívoca de lo que es preciso y lo que es real pueden ser solo la regla del juego, y vivir sería aprender esas reglas mientras jugamos y el tiempo se va acabando. Sea como fuere, no importa demasiado. Escribo bajo el río canciones para las palomas que surcan cielos de fuego y me transporto a un desierto que esconde una ciudad perdida, sintiendo las arrugas, las canas y la tristeza solo la casilla que hoy toca mientras los magos perversos ocultan su nada en ropajes siniestros y tiran los dados. El juego, como el del ajedrez, al que responde y amplia, es infinito.



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