Fernando Pessoa escribió un poema de una lucidez y profundidad portentosas, El Tajo. En paradojas, la inteligencia del lenguaje, contrapone el bello Tajo con el modesto río de su aldea. Concluye que el río de su pueblo es menos hermoso pero es más hermoso, pues pertenece a menos gente y quien ve el Tajo ve más que el bello río; ve el Atlántico, las grandes naves que lo surcan y las maravillas que refulgen en su otra orilla; quien ve el riachuelo ve el río no más.
Siempre me ha parecido que esos versos explican el embrujo
de las ideologías que embrujan a un esfuerzo por futuros perfectos a cambio
de sacrificar el presente. Creo que el ensueño puede cegarnos a la realidad, y
sin ver la realidad es imposible un cambio. Y sin embargo, también me parece
que necesitamos una parte de sombra que guarde un misterio que oponer al
deterioro de la vida. Unas vacaciones de ser nosotros mismos y atrevernos a
mirar en un espejo sin rutinas ni leyes ni demoras de anhelos.
La aventura de ser otro arriesga la moneda gastada del ser
en un giro hacia una noche en la que renovarse, a la que huir o ganar
cicatrices de honor. Sentimos su impulso al cambiar un habito, al desear un
propósito, al viajar a rincones que nos parece haber conocido ya, al tratar con
otros como si algo hubiera nacido en nuestra alma, al mirar con renovada
simpatía los dones que uno se acostumbró a ignorar, al saber decir no. Llega en
momentos de extrañeza, como a veces en el compás de la lluvia que resulta
despertar esa misma lluvia en el lago del alma, o el sol débil que refleja algo
dentro de nosotros siempre intuido y siempre desconocido, imposible de nombrar
y que despierta de pronto a su luz una tarde dichosa.
Si por mí fuera, seria un peregrino estelar, sin dejar de
caminar ni moverme mientras pudiera, de mundo en mundo, cambiando de alma entre el crepúsculo y la aurora. No me importa parecer insensato, porque todos
desean lo mismo. En los lugares de paso, alzados por los ojos del turista, me gusta imaginar que las cortinas breves ocultan otra vida posible, una que pudiera estar en mis manos. Viajar envuelve el pensamiento en la cálida caricia de lo que puede ser y nunca se agota, lo posible y diferente, lo que buscamos como un hechizo que nos regala otra vida. Basta un trazo desconocido, una oportunidad tras el umbral,
para que deseemos despojarnos de lo que nos duele, limita y cuestiona por lo
que nos marca un deseo candente y así simular una vida plena. Es la tarea mas
difícil. El orgullo, el poder, el dinero, las manifestaciones del ego pueden
cambiar lo que nos alza por lo que nos muestra. Los paraísos artificiales y los
trucos cansados nos hacen olvidar, nada mas. Quizá sea necesario a veces, pero
hay que pelear por no perderse.
El río de mi pueblo es hermoso y humilde. Vaga bajo los cerros cubiertos de Piedra y oro. Murmura su canción vieja en la noche y calla en los días. Puede haber aprendido a olvidar, mas recuerda que no llega al mar, no puede avistar valerosas naos ni deslumbrantes ciudades de oro. Pero sabe otorgar la mas fértil promesa. Quien aprende a mirarse en sus aguas conoce que siempre esta cambiando y tiene la oportunidad de aprender a ser otro. La Aventura sobre su Espejo no es sencilla. Ay, pero quien sabe despojarse con dolor de lo que le hiere para adoptar otra carne nueva de temor, fracaso y una esperanza invencible, acaso pueda ganar valiosos dones: la gratitud y la conciencia despierta de ver en cada día un mundo y una vida nuevos. No, no es el río de mi pueblo mas hermoso que el Tajo. Pero el reflejo que sólo se ve en él, no cegado por los brillos de la ilusión ni la nostalgia, aun invita a la mas ferviente aventura: aquella de atreverse a ser distinto.
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