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miércoles, 20 de abril de 2022

20 de abril. Diwani y la posibilidad de una isla.

Fuimos a ver una obra de teatro de la gran Agatha Christie, La ratonera. Lleva representándose sin ser interrumpida (salvo por la forzosa epidemia) desde el año 1952. La nuestra fue la representación 28,5...y algo, cerca de las veintinueve mil. En el libreto, mencionaban algo de Christie que no sabía; parece ser que durante diez días desapareció.  Fue encontrada sola y nunca quiso hablar de ello. Es difícil imaginar algo así hoy, en un mundo hiperconectado y ansioso. Casi tan difícil como imaginar que en un pequeño teatro miles de personas desfilan para contemplar la ingeniosa historia de un crimen imposible.

También acabé un librito de relatos maravillosos, El libro de la selva. La versión de Disney es diferente y similar. Sus relatos son sugestivos y evocadores, con el punto de colonialismo que se ha reprochado justamente a Kipling. Tenía un don especial de narrador puro y poderoso, y Auden le dedicó un elogio envenenado, 'la historia perdona a quienes escriben bien'. Es mejor quedarse con la sensación que sus historias provocan en el lector.

Me llamó la atención una parte en especial. Los monos de la jungla sufren de una locura que el resto de los animales, sujetos a la Ley, llaman diwani. Es la locura de quienes son incapaces de concentrarse en nada, de aquellos cuyo hoy contradice su ayer y corren en pos de la última novedad...acaso huyendo de sí. Me resultó interesante esa precisión. Hoy parecemos aquejados de una turbia forma del mismo mal, circundados por luces y estímulos que compiten por agrandar nuestro dominio de forma artificial mientras nos esclavizan. Diwani, locura. Locura de pretender que el tiempo es nuestro y el mundo desea ser ayuntado a nuestro destino. Insensatez de pensar que no necesitamos códigos. No despertaremos pronto.

Puede que haya la posibilidad de una isla. Un territorio ignoto y acogedor en el que podamos estar solos y tratar de ser plenos. Una azotada por terremotos espontáneos que impiden que la rutina fosilice y una voz antigua y profunda que engarce los cambios a un tenue hilo de sentido. La mar ruge a lo lejos y jirones de nubes se muestran en el horizonte, recortado por los edificios que duermen. Deseamos paz y dulzura, pero también pasión y riesgo. La vida camina entre la usanza y la aventura. Otro día se encamina hacia su noche, que será igual y distinta, como las existencias de los afortunados que despertaremos mañana, entre otra ratonera que acaricia el tiempo y la implacable ley de la jungla de cemento y cristal que alienta nuestra locura. 

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